Hace un año más o menos les invitaba a ustedes a leer «Ícaro
& Co.» (Libros del Aire) y parece que me hicieron caso, a juzgar por
las cifras de ventas, inusuales para un libro de poesía. Así que vuelvo
(vuelven mis editores, en este caso César Sanz -Difácil- que ya publicó «Teoría
de la luz.» en 2004) a cometer esa doble o triple imprudencia de traer a
este mundo alterado por la crisis una delicada criatura de papel y palabras que
se titula «Retrato de la soledad».
Tengo la suerte de tener buenos lectores (y noto su
presencia cada día), pero que haya editores que quieran jugarse su dinero en la
ruleta de la literatura me llena de emoción. Y de orgullo. Les veo sumar su
montoncito de papel (ése que lleva impresas mis palabras) y apostarlo en el
tapete con gentileza, valentía y una hermosa sonrisa.
Recuerdo aquellos años en que llamaba a las puertas de
las editoriales un poco como en la canción de Bob Dylan Knocking On Heaven’s
Door, y éstas permanecían sólidas e inexpugnables como señoritas de la alta
sociedad. Cuánto dinero gasté en sellos y fotocopias, en ofrendas votivas a los
dioses de Correos. Jamás lo recuperaré. Pero ahora, como si el destino, porque
el destino es irónico, volviera sobre sus pasos o aquellas señoritas rindiesen sus
murallas de inconsútiles sedas sin pedírselo, los editores hacen cola a la
puerta de mi casa.
No creo ser mejor ahora que entonces, pero quizá he
perdido mi vida en este afán, que no es ningún afán, sino la manera que hemos
ido adquiriendo de permanecer en el mundo (mi manera de estar solo, decía
Pessoa), y estas manzanas que doy vienen los pájaros, benditos sean, a
comérselas. Pero —¡ay!— aunque supiera la lengua de los ángeles…
Eduardo Fraile
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