jueves, 3 de abril de 2014

Luisito (la última carta) (sábado, 17 de noviembre de 2012)



     He hablado mucho de él en otras páginas de mis libros: afeitando al abuelo Bernardino, repartiendo el correo, pregonando con el cornetín, tocando las campanas de la iglesia… No sé, ahora que lo pienso, hacía cantar a las tijeras, a las maquinillas manuales con que nos cortaba el pelo en los veranos de Castrodeza, de niños; el cornetín de pregonero, cuando se pregonaba algún bando del Ayuntamiento, y las campanas, sobre todo las campanas de la iglesia, repicando en las fiestas, doblando a muerto, a rebato cuando había fuego esas tardes de estío, de canícula o de tormenta eléctrica… Luisito, Luis el barbero, el pregonero, el sacristán… el cartero que me traía las cartas de las editoriales rechazando mis primeros libros…
            Pues eso, Luis, que siempre será Luisito para mí, para nosotros, para la eternidad (sea esto lo que fuere). Cuando le llegó el día de la jubilación fue por las casas previniéndonos que pusiéramos bien las direcciones, porque el nuevo cartero no era de aquí, como él, que conocía a todos desde siempre… No sé, supongo que el cartero nuevo cada vez reparte menos cartas, las facturas de la luz, poco más, por varios pueblos de la zona.
            Este verano (porque iba a la ciudad en su coqueto cochecillo azul todos los días: Si es que se me echa la casa encima, me confesó), me traía algunos sábados este periódico donde le recuerdo hoy.
Gracias, Luis.
Gracias a ti, por la confianza
Fue el pasado domingo 14 de octubre. Se vistió su mejor traje, fue a por el pan, subió las gradas de la iglesia (esa ascensión que hiciera tantas veces) a dejar una carta por última vez… Y esta vez sí partió (estoy seguro que nadie hizo doblar las campanas por él) hacia el azul, hacia la más hermosa totalidad, para siempre…


Eduardo Fraile

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