sábado, 5 de abril de 2014

El Frondor (sábado, 11 de enero de 2014)



            Aunque casi debería escribir El Frond’or, con ese algo de floresta dorada y salvaje y mágica de nuestra niñez, sí, tu niñez ya fábula de fuentes, en verso de Guillén. El Frondor. Así llama Francisco Umbral al Campo Grande, nuestro Retiro, nuestro Central Park vallisoletano, pinciano (de Pintia, de Vallisoledad). Fronda de oro y verdor tardorromántico, lugar secreto donde juega l’enfant perdu que fuimos cuando fuimos monarcas absolutos y disolutos del Tiempo, dueños de la eternidad.
            Si quiero perderme en la valladolid umbraliana, maravillosa y arborescente, tengo una docena larga de puertas (en realidad son quince o dieciséis) por donde entrar a su luz lenta y hermosísima, no igualada por nadie en la crepitación, en la fosforescencia, en el crujido coruscante de la prosa candeal de nuestro idioma. Son sus libros de infancia y adolescencia, de recreación y reescritura y reinvención constantes de una niñez, una ciudad, dos ríos (el Pisuerga, la Esgueva) y… el Frondor. Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
            «Memorias de un niño de derechas», «Las giganteas», «Los males sagrados», «Los helechos arborescentes», «Las ninfas», «Las ánimas del purgatorio», «El hijo de Greta Garbo», «Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo», «Los cuadernos de Luis Vives», «El fulgor de África»… No cito más porque se me acaba la columna, pero todos esos títulos constituyen la singularísima, cíclica y concéntrica Recherche de Francisco Umbral, desde «Balada de gamberros» (1965) hasta «La forja de un ladrón» (1997). Más alguna de las páginas más bellas de «Mortal y rosa» (recuerdo con temblor Las tijerinas). No existe nada igual en la Literatura española. Léanlo.

Eduardo Fraile

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