Aunque casi debería escribir El Frond’or, con ese
algo de floresta dorada y salvaje y mágica de nuestra niñez, sí, tu niñez ya
fábula de fuentes, en verso de Guillén. El Frondor. Así llama Francisco
Umbral al Campo Grande, nuestro Retiro, nuestro Central Park vallisoletano,
pinciano (de Pintia, de Vallisoledad). Fronda de oro y verdor tardorromántico,
lugar secreto donde juega l’enfant perdu que fuimos cuando fuimos
monarcas absolutos y disolutos del Tiempo, dueños de la eternidad.
Si quiero perderme en la valladolid umbraliana,
maravillosa y arborescente, tengo una docena larga de puertas (en realidad son
quince o dieciséis) por donde entrar a su luz lenta y hermosísima, no igualada
por nadie en la crepitación, en la fosforescencia, en el crujido coruscante de
la prosa candeal de nuestro idioma. Son sus libros de infancia y adolescencia,
de recreación y reescritura y reinvención constantes de una niñez, una ciudad,
dos ríos (el Pisuerga, la Esgueva) y… el Frondor. Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
«Memorias de un niño de derechas», «Las giganteas», «Los
males sagrados», «Los helechos arborescentes», «Las ninfas», «Las ánimas del
purgatorio», «El hijo de Greta Garbo», «Pío XII, la escolta mora y un general
sin un ojo», «Los cuadernos de Luis Vives», «El fulgor de África»… No cito
más porque se me acaba la columna, pero todos esos títulos constituyen la
singularísima, cíclica y concéntrica Recherche de Francisco Umbral,
desde «Balada de gamberros» (1965) hasta «La forja de un ladrón»
(1997). Más alguna de las páginas más bellas de «Mortal y rosa»
(recuerdo con temblor Las tijerinas). No existe nada igual en la
Literatura española. Léanlo.
Eduardo Fraile
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