—Me
encanta el pan de pueblo. Y éste me recuerda al del horno de leña de mi
infancia. Íbamos a ver cómo sacaba el panadero los panes con su pala de madera.
¡Mmm! Olían así.
—Eres
la primera chica que conozco que le gusta el pan.
—Porque
creen que engorda. El pan no engorda. Lo que engorda es… ya sabes.
—Ya
sé qué.
—Nada,
nada. Que con la marcha que me das ya me puedo comer un par de jabalíes, como
Obelix.
—Pues
ha de saber la señorita que el músculo que más calorías quema es…
—¡El
cerebro!
—¡Premio!
—Bueno,
el cerebro y las cosas que nos hace hacer, supongo.
—Además,
con el pan rico que tenemos en Valladolid… Cuando vivíamos en Madrid, el pan
lechuguino de Valladolid se consideraba un artículo de lujo.
—Yo
a veces como pan solo. O pan con uvas. O pan con queso de oveja. O pan con
chocolate de hacer. Ese chocolate tan gordo y tan rico, el de Filiberto
González.
—De
Vezdemarbán, Zamora. Mi madre también se lo compra al chocolatero. Viene una
vez al mes.
—Vamos
a echar de menos el pan. Por ahí fuera no lo hacen tan bueno. A ver los yanquis
qué tal se lo montan.
—En
cuanto te vean y se lo pidas por favor, ya vas a ver cómo se ponen las pilas.
—Pártelo
con las manos. El pan no se corta con cuchillo.
—Toma,
come.
—¡Mm!
Dios, qué rico. Sabe a gloria.
—¡A
verano en el Paraíso!
—¡Pero
contigo!
Eduardo Fraile