—El
dinero es como las chicas. Si corres detrás de ellas, huyen de ti. En cambio,
si no las haces mucho caso vienen ellas solas. Haz como conmigo. Deséalo, pero
no te creas merecedor de él. No lo desprecies. Simplemente, no lo esperes. Si
viene, acéptalo, pero no te creas su dueño. No lo atesores, no lo guardes, no
lo encierres con llave. Gástalo con alegría. Tendrás más. Si te muestras avaro
lo perderás y no volverá. No creas que tú lo tienes por tus méritos o por tu
inteligencia o por tu trabajo. No creas que vales más que quien no lo tiene.
Estate preparado para tener mucho más, igual que para tener mucho menos.
—¿Quién
te ha enseñado todo eso?
—Bueno,
es de sentido común.
—Me
parece que oigo hablar a un Nobel de economía o a un profeta del anticonsumismo.
—No,
a mí el consumismo me parece bien. Y el contiguismo,
mejor aún.
—Te
quiero.
—¿Me
quieres por mi dinero?
—¡A
ver! ¿Por qué otra cosa te habría de querer?
—Yo
también te quiero por tu dinero.
—Y
eso que no lo tengo. Eres la mejor. Y la más lista y la más guapa y la más
maravillosa.
—¿Ves
como te quiero por el dinero que no tienes?
—Eres
rubia como el oro. ¡Qué afortunado soy!
—¿Ves?,
ésa es la actitud. Te forrarás.
—Escribiendo
libros, seguro.
—No,
escribiendo libros, no. Escribiendo este libro que estás haciendo conmigo, sí.
Eduardo Fraile
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