sábado, 28 de octubre de 2017

Señales de final

Hoy es martes 17 de octubre
de 2017. Ya han llegado las primeras cigüeñas
a la ciudad. Cada año su excursión migratoria
es más breve, casi se dirían unas discretas vacaciones.
En nuestra infancia llegaban por San Blas, en febrero,
pero por causas distintas esos casi seis meses
en latitudes más meridionales se han ido reduciendo.
A primeros de septiembre dejan nuestra ciudad
huérfana de sus alas, adelantándose a las golondrinas,
que ─ellas sí─ perseveran en su larga migración
hasta mediados de marzo. Estos últimos años
volvían en noviembre, pero hoy me han asustado,
tomando en el amanecer las torres por grupos familiares,
como repartiéndose la ciudad. Este año tan seco,
tan dilatadamente caluroso (de hecho, hoy es el primer día del otoño
propiamente dicho). Todo anda así de raro.
Los enterados hablan y se les llena la boca con el cambio climático.
Pero yo veo algo más. De hecho, las veleidades
de la meteorología es lo que menos me preocupa.
El planeta hace bien en intentar librarse de nosotros.


Eduardo Fraile

sábado, 21 de octubre de 2017

Escribir una novela

          Todos nos lo decían: Bueno, esos librillos de poesía están muy bien (lo de librillos sonaba un poco a papel de liar tabaco de picadura, o de pipa, o canutos de maría o hachís), pero lo que tienes que hacer es escribir una novela, que es lo que da pasta gansa de verdad, porque, a ver, cómo vas a vivir de vender quinientos ejemplares, mil como mucho…, pero con una novela te puedes forrar. La calidad se te supone, que escribes de puta madre, así que ponte a currar pero ya.
            Y quizá nos pusimos a ello varias veces, sin un grano de mostaza de fe, y lo que nos salía era una novela completa dentro de la dimensión de un poema, así que estaba claro que nuestro género (escribiéramos lo que escribiésemos) era el libro ─el librillo─ de poemas.
            Y comenzamos a publicar esos pequeños arbolitos, o a botar esos barquitos que se llevaba la corriente, y siempre nos encontrábamos con alguien que nos decía: ─Qué, ¿todavía sigues escribiendo? o ─¡Qué, cómo va esa novela! o ─¡Enhorabuena por tu premio!, lo he visto en el periódico, ya te lo dije yo, que lo tuyo era la prosa, no aquellos poemillas ( y lo de poemilla sonaba a hebra rubia de tabaco o brizna de azafrán o vello púbico…) que sólo leían las tías. Joder. Y la cosa es que no nos habían dado ningún premio, y menos por un libro de prosa (ni de poemas en prosa ni de prosas en poema).
             Hay gente que siempre lee los periódicos del futuro, así que aceptábamos los parabienes y nos preparábamos secretamente para lo peor: para la Fama, los premios, los frutos sorprendentes de aquellos arbolillos delgaduchos y escuálidos que no dejamos nunca de regar con nuestras lágrimas…


Eduardo Fraile

sábado, 14 de octubre de 2017

El otoño del alma

            Cae la hoja del calendario, del árbol de los días que se van, que regresan, quién sabe. Los días. Los putos días, jodidos cabronazos (Bukowski). Cae la manzana de Newton del otoño, las uvas de Vivaldi, los violines de mi corazón. El otoño es la estación de los poetas, he oído decir alguna vez, y sí, aunque yo lo veo de otra manera, tomándolo en sentido literal: el poeta espera en la estación del Otoño. Espera un tren que no vendrá. No podré asistir a mi cátedra del lunes, telegrafiaba Machado al director del instituto de Segovia donde daba sus clases de francés. Iba a poner ‵esas pocas palabras verdaderas′ al llegar a Madrid para pasar el fin de semana, casi todo el tiempo sentado en el Café de las Salesas, donde seguramente Guiomar aparecería en algún momento… o quizá no, y las horas iban sucediéndose lentas como dinastías, o como edades de piedra contra el cristal de los vasos y la jarra del agua (esa fotografía que le retrata con el sombrero puesto y las manos en la curvatura del bastón, mirando al interior de sus pensamientos). Recorre mentalmente los meandros de un soneto, más por engañar al tiempo que otra cosa, árbol en el otoño él mismo, que se imaginó en otra tierra la tierra que cubre a Leonor olmo reverdecido por la primavera… No me será posible estar el lunes, o quizá nunca ya, piensa el poeta para sus adentros, en mi cátedra, en mis clases de Montaigne, con quien tanto conversa en esas otras horas de la pensión segoviana, esa habitación que podemos visitar hoy como quien entra en la desesperanza, en el desasimiento, en el desamparo total del alma… El otoño del alma, se podría titular esa habitación interior del poeta. No podré estar el lunes en mi cátedra, señor Director, porque he perdido el tren de hoy… y el de mañana.


Eduardo Fraile

sábado, 7 de octubre de 2017

Los santos

Llevábamos cada uno nuestro taco de santos de las cajas de cerillas
(toreros, mariposas, trajes regionales, locomotoras, futbolistas…)
atado con una goma del pelo de nuestras hermanas,
y en los recreos trazábamos una línea con tiza en la pared
para irlos dejando caer desde esa altura, alternativamente.
Cuando un jugador montaba con el suyo sobre alguno de los santos caídos 
                                                                                                      [en el suelo,
todos para él. Era un juego sencillo, y como las canicas
o las chapas o las peonzas, iba por épocas,
por modas, no se sabía muy bien cómo, pero un día uno cualquiera de nosotros
aparecía con su taco de santos, o de calendarios, y en poquísimo tiempo
toda la ciudad jugaba a esto, o a aquello,
o a lo de más allá.
Tras las tapias de un colegio, en la calle José María Lacort
de Valladolid, el niño que fui allí deja caer los santos
(que quizá llevan impresas las portadas de los libros
que escribiré el día de mañana), y también, paulatinamente, va cayendo
la tarde de este lado, las golondrinas que se fueron, el sol
naranja del otoño, la vida, este poema…


Eduardo Fraile