sábado, 7 de octubre de 2017

Los santos

Llevábamos cada uno nuestro taco de santos de las cajas de cerillas
(toreros, mariposas, trajes regionales, locomotoras, futbolistas…)
atado con una goma del pelo de nuestras hermanas,
y en los recreos trazábamos una línea con tiza en la pared
para irlos dejando caer desde esa altura, alternativamente.
Cuando un jugador montaba con el suyo sobre alguno de los santos caídos 
                                                                                                      [en el suelo,
todos para él. Era un juego sencillo, y como las canicas
o las chapas o las peonzas, iba por épocas,
por modas, no se sabía muy bien cómo, pero un día uno cualquiera de nosotros
aparecía con su taco de santos, o de calendarios, y en poquísimo tiempo
toda la ciudad jugaba a esto, o a aquello,
o a lo de más allá.
Tras las tapias de un colegio, en la calle José María Lacort
de Valladolid, el niño que fui allí deja caer los santos
(que quizá llevan impresas las portadas de los libros
que escribiré el día de mañana), y también, paulatinamente, va cayendo
la tarde de este lado, las golondrinas que se fueron, el sol
naranja del otoño, la vida, este poema…


Eduardo Fraile

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