sábado, 28 de mayo de 2016

24 años luz

Te debo
mi mejor libro, el más parecido a ti, donde tu nombre
es la piedra angular que sostiene la bóveda,
la cúpula de la luz. Han pasado los años,
tu recuerdo
ya no me duele puntual en la noche numinosa
y al despertar quizá son otras sílabas
las que apuran mis labios. No sé,
cuántos años benditos pronunciando tu nombre
en el amanecer… Y quizá ese dolor que fui haciendo mío,
atesorándolo con ferocidad (pues eso era lo único
que me quedaba de ti) me hizo crecer,
me hizo mejor, quizá más digno
de tu amor cuando ya nada importaba…
Qué poco te tuve y cuánto tardé no en olvidarte,
sino en poder ser yo de nuevo…
Otra vez
hoy
es tu cumpleaños. No tienes 24
ya, sino… Dios, cómo ha pasado el tiempo,
menos para quien fui, para quien fuiste
(aquellos que no somos ya hoy), inseparablemente
fundidos en la luz de una estrella,


Eduardo Fraile

sábado, 21 de mayo de 2016

A Nausícaa

            Así se llama uno de mis primeros libros, como dedicando mis palabras azules al instante, a la fugacidad, a la belleza novísima, increada, adolescente… Porque Penélope era más la permanencia, la inmanencia (no quiero poner aquí fidelidad), la serena sonrisa del agua en el remanso, no sé, sí sé, pero el fulgor, el brote, la ráfaga primaveral que nos sacude la sangre… eso era la maravilla de ser náufrago en la playa del país de los feacios y que nuestros ojos descubrieran a la princesa Nausícaa jugueteando desnuda entre las olas, rodeada de sus amigas salpicantes, chapoteantes, reidoras y derrochadoras de gracia y de perfumes.
            Qué destino el del héroe. Ha de cumplir su misión, su regreso, completar ese círculo (o esa figura geométrica, la que sea), porque el destino ama los números y la exactitud. ¿Por qué no quedarse aquí, con la hija de Alcínoo, por qué no entregarse de lleno a la felicidad? Siempre el sentido del deber, el impulso que nos lleva hacia lo que ha de ser hecho, ay, Ítaca, Ítaca.
            Sabemos qué fue de Ulises, pero ¿qué pasó luego con Nausícaa? Algunas fuentes de la mitología sugieren que se casó con Telémaco, hijo de Ulises y Penélope, pero en general persiste el misterio en torno a ella. Quizá el más bello momento de la literatura universal no puede ser empañado por la usura del tiempo, del transcurso, de la cotidianeidad. Ella se enamoró de Ulises, cuenta la Odisea, y su padre estaba dispuesto a entregársela. Pero el héroe decidió partir…


Eduardo Fraile

sábado, 14 de mayo de 2016

Las mil y una noches

            Ella estaba intentando abrir la puerta de mi casa con su llave. Me di cuenta enseguida de que todo era un error, la madrugada y el alcohol, su belleza, que olía a flores (o es que ahora hacían así de perfumados los gin-tonics).
            ─Te has debido de confundir de piso, éste es el segundo B.
            ─¡Oh! ¡Perdón! ¡Creía que era el 4º! Y lo dijo así, con todas las admiraciones en su sitio (y olía también levemente a sudor de discoteca).
            ─Bueno, te invitaría a entrar, pero soy un viejo verde oscuro, tanto casi como tu camiseta (que dejaba ver unos tirantes burdeos del sujetador).
            ─¿Y si entro qué me harás?
            ─De todo y muchas veces, puedes estar segura.
            ─¡Hummm!
            Y se quedó allí viendo cómo me temblaban las manos al introducir mi llave. Sonrió. Bueno, hizo tintinear su risa de cubitos de hielo entrechocando en algún cometa de la galaxia, pues los cometas están hechos de hielo, recordé vagamente, y por analogía vi esa imagen (esa metáfora que siempre vale más que mil palabras) del cielo eyaculando, y ya no pude resistirlo más.
            ─Mejor vete ─dije sin voz.
            ─Vale ─dijo también ella bajísimo, pero seguía allí, franca e inapelable.
            ─Vale qué ─y lo dije tan cerca de sus labios que no sé si me oyó.
            ─De todo, muchas veces, duro, seco y abundantemente…


Eduardo Fraile

sábado, 7 de mayo de 2016

Ellas

Echo de menos los paseos con Ariadna y Casandra
por los alrededores de la Catedral. Ir a recoger las plumas
de las cigüeñas, escalar por las piedras del atrio
(ellas dos), y luego penetrar en el frescor resonante
y oloroso del templo para encender velillas
en los lampadarios, o comprar alguna postal del museo,
o sentarnos en un banco a escuchar la música del órgano
si alguien lo estuviera tocando. Han crecido.
Sus padres se han separado. Nos encontramos a veces en la frutería,
y ya no son las niñas que salen en uno de mis libros,
pero de alguna forma siguen en mi corazón,
creciendo, haciéndose mayores, olvidándome…
O quizá no, creciendo en estatura y en belleza
hasta ese cielo en que las deseé junto a mí.


Eduardo Fraile