viernes, 4 de abril de 2014

Las flores de mayo (sábado, 1 de junio de 2013)




            Mayo acababa con nuestras almitas en llamas. Nuestras almitas errantes (animula vagula) y dulcísimas (animula blandula) elevándose con el humo de un incendio interior. Cada día rezábamos una oración en clase, cada día una flor distinta que simbolizaba un sentimiento o una virtud, muchas desconocidas para nosotros, niños de ciudad. No recuerdo ahora las correspondencias, excepto quizá la de la violeta con la sencillez (o la humildad), que, por cierto, son dos cosas bien distintas.
            Podría buscar una especie de tríptico donde venía aquella deliciosa relación. Lo encontraría. Pero algunas flores (pero algunas virtudes) incluso hoy, no sabría describirlas, y habría de consultar en las enciclopedias ilustradas o en el álbum “Vida y color”. En esta columna no usamos Internez. Y cada virtud comportaba un sacrificio, pero nuestra infancia estaba llena de bondad natural ya de suyo, así que no creo que aquellos ejercicios de jardinería espiritual nos hicieran mejores. Aunque quizá sí más conscientes…
          Almitas desnuditas (animula nudula), delgaduchas, paliduchas (animula pallidula). El día 31 escribíamos todos una carta a la Virgen, y luego las juntábamos en una lata de Cola-Cao o en cualquier otro recipiente metálico y las quemábamos. Había que abrir todas las ventanas para que saliera el humo, que se llevaba nuestras palabras aladas a ese lugar que entonces llamábamos el Cielo.
            De mi clase salieron varios bomberos, y, que yo sepa, un pirómano. Siempre he jugado con fuego… en el corazón.

                                                             Eduardo Fraile

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