Máximo San Juan, el
dibujante de la línea pura, esencial, casi abstracta de trazo, delicadísima,
sin peso: la línea mental, elemental, que significa y al mismo tiempo crea,
hace brotar, alumbra, manifiesta... Publicó un dibujo diario en el diario El
País, sin fallar nunca, desde su fundación (de hecho, el diseño de su cabecera se
le debe), hasta que los nuevos ejecutivos de la Prisa post Polanco le
defenestraron. Y pasó al ABC.
El mes de agosto se iba de
vacaciones, y nos dejaba preparada una gavilla de viñetas emancipadas del
acontecer, de la política, de la actualidad, que íbamos degustando como un
cóctel refrescante, a sorbos lentos y maravillados, bajo una de las palmeras
del Cantar de los Cantares... Y digo bien del Cántico de Salomón. El mes de
agosto del 95 nos sorprendió ilustrando diversos versículos del más hermoso
poema de amor (de amor carnal) de todos los tiempos. Y está en la Biblia. «¿Quién
es esa que se levanta en la aurora, bella como la luna, brillante como el sol,
terrible como los escuadrones desplegados?»
Compré un
cuaderno de dibujo Marquilla en un chino, de aquellos que usábamos en el
colegio, y fui pegando con cola Pelikán inconsútiles joyas de papel,
rectángulos de paraíso. Repitió la osadía dos veranos después, pero estos ya no
pude coleccionarlos todos...
Milagrosamente, hacia la mitad de
aquel primer agosto ligué con una hermosísima muchacha (Susana, ¿dónde estás?)
que parecía venir justo de allí, sus ojos verdes, su pelo como una miel
cayendo, derramándose hasta la cintura. En 2003 cogí mis álbumes y me marché a
Madrid a ver a Máximo. Se sorprendió de mi propuesta sonriendo como un niño.
Más me sorprendí yo: a nadie se le había ocurrido (con ese material/espiritual)
hacer un libro.
Eduardo Fraile
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