jueves, 3 de abril de 2014

La letra elle (sábado, 6 de octubre de 2012)



         − Los niños de Valladolid no saben decir pollo, gallina, gallo, nos provocaba mamá con su dicción dulcísima, aunque nosotros nacimos en Madrid.
            ¡Poyo, gayina, gayo! Nos salía la y griega un poco forzada a hacer algo fuera de su alcance, para lo que no estaba preparada, muy lejos de la hermosa explosión de luz de nuestra madre: una luz líquida, sonora, aleteante como un trino de pájaro que le brotara desde debajo de la lengua. La lluvia (y llovía), las lágrimas (y esa palabra lloraba), Valladolid (y cuando ella lo pronunciaba de ese modo nos daba menos miedo volver tras el verano a la ciudad).
           Me costó muchos años de secretos ejercicios (bajo la ducha, en la cascada de la desembocadura de la Esgueva en el Pisuerga...), casi siempre buscando que un sonido mayor disimulase mi fracaso, el hecho mismo (vergonzoso) de practicar, hasta que un día aquellas delgadísimas láminas de oro se desprendieron sin querer de mi saliva.
            Fue como el amanecer, pero no como cuando madrugábamos y subíamos al páramo para ver los vagos ánjeles malva de Juan Ramón Jiménez descorrer los visillos de la noche en negligé, en deshabillé, con legañas maravillosas de rocío...
          Y corrí, quise correr –pero a dónde, Dios mío– para que mi madre pudiera oírme pronunciar por fin correctamente la más hermosa letra del abecedario. Fue como el restallar de un látigo, cuyo extremo hace añicos la barrera del sonido. Fue como caerse del caballo de la luz a otra luz distinta, nunca usada, pues una cosa era oír el arcoíris de la elle y otra verlo nacer literalmente desde dentro de mí.
            Mamá, fue como abrir los ojos otra vez por vez primera...



Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario