sábado, 29 de diciembre de 2018

Cuadernos de Iowa/IV


          Mi amor de manos largas, que me tocan por todas partes. Dedos como lápices, como pinceles. Qué manos tienes. Nunca me habían acariciado así. Me fijé enseguida en esos dedos y pensé: estoy perdida, los quiero dentro de mí. Y con qué elegancia se mueven: ¿son alas o son manos? Me elevas, me alzas, me lanzas al aire, me echas a volar…

***
          Mi amor de barba llena de margaritas. Tu barba ensortijada porque mis dedos se entretienen en hacer caracolillos. Pareces griego, o asirio, o persa. Un gato persa eres, mi amor. Besarte es como ir al bosque, como perderse en aromas de madera y peligro. Podría quedarme a vivir en tu barba de caoba y de oro, de cedro y anís. Sería una ninfa de los bosques de tu voz, amor mío.

***
         Mi hermoso rey, tu majestad es sencilla. Ni siquiera creías que eras guapo, que yo podría enamorarme de ti. Ni un átomo de presunción en ti. Incluso ahora que eres mi señor no haces alarde de tu conquista. No me das por supuesta. Cada instante dudas de que yo sea verdad. Pero lo soy y te adoro.

***
        Mi señor. Tu poder es la caricia de un pétalo de rosa. El aroma que se desprende de ese pétalo. Yo lo respiro y sé que la rosa sonríe. Mi amor, me haces florecer…


Eduardo Fraile

martes, 25 de diciembre de 2018

Sunrise


—¿Estás seguro de que sacramento es la capital de California?
—Que sí, que sí, aunque es mucho más pequeña que Los Ángeles o San Francisco u Auckland, e incluso que San Diego.
—Vale, te la doy por buena. Nevada.
—Carson City.
—¿De verdad? ¿No es Las Vegas?
—Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.
—O en Reno. Creo que allí se divorcia la gente.
—Se casan en Las Vegas y se divorcian en Reno a la mañana siguiente.
—Texas.
—Beaumont.
—Anda ya. ¿Beaumont? Qué hermoso. Tú eres Beaumont y Beauvais y Baudelaire. Nevers, Beaumont, te pegan los dos, bonito mío.
—A ver tú. New Hampshire.
—¿Aurora?
—Pues no sé, sí que está por ahí, pero creo que la capital es Concord.
—¿Yo soy Aurora?
—No, tú eres Amanecer.
—¿Y por qué soy Amanecer y no soy Aurora?
—Yo me entiendo. También te pega Sunrise, en inglés. Casi dice sonrisa. Cuando te despiertas el universo comienza a sonreír.

Eduardo Fraile

sábado, 22 de diciembre de 2018

El debut


—Te contaré mi primer trabajo de modelo. Mandé unas fotos mías a varias agencias y de la primera que me llamaron, que era *****, me ofrecieron enseguida una campaña de bañadores. Así que dije que no, y no se lo podían creer. Total, que acabaron ofreciéndome el doble, y luego el triple. Fue conmigo mi padre a firmar como representante, porque yo tenía sólo 17. Bueno, bueno, bueno. No te puedes imaginar cómo es ese mundo, y eso que sólo he aceptado poquísimas cosas. En resumen, que todo quisque me quería follar. Se da por hecho. Se mueve mucha pasta. No se diferencia mucho de la prostitución.
—Mi amor como un corderillo entre los lobos.
—No te rías, que esto es bastante serio.
—Ya lo sé, perdona. Es lo que tiene ser guapa, y lo tuyo es de top-ten.
—Cuanto más intento pasar inadvertida con ropa grunge o sin pintarme nada, más os pongo a los pervertidos como tú.
—¿A mí me pones?
—¿Que si te pongo? ¿Y esto qué es, vamos a ver, me lo puedes explicar?
—Sí puedo.
—Pues venga. Que la quiero larga y profunda y sólidamente argumentada esa explicación.

***
            A veces pienso que me vas a romper. Me das de sí, me das de mí, hasta el límite y mucho más allá. A la mañana siguiente compruebo los daños en el espejo de luna (en el espejo de La Luna), y mi temor a verme rota en mil pedazos se desvanece de repente. Me has embellecido, me has añadido una luz que antes no tenía. ¡Y estoy entera y verdadera! (Hoja arrancada del cuaderno de Iowa sujeta con celo en el espejo del baño)

Eduardo Fraile

sábado, 15 de diciembre de 2018

La cita y el viaje


─Quizá, cuando pase mucho tiempo y estemos ya en el siglo XXI…
─¿Qué ves?¿Cómo seremos?
─Bueno, me gustaría recordar este momento de plenitud. No sé. Ojalá estemos juntos y seamos uno, pero si no fuera así podríamos quedar en La Luna, por ejemplo, dentro de 20 años.
─No. Me prohibiste pensar estas cosas que ahora estás pensando tú. Ni hablar.
─Tienes razón.
─Dijiste (bueno, me lo escribiste): ¡Es una orden!
─Eso. ¡Una orden!
─Date la vuelta, que te voy a dar unos azotes en el culo.
─Sí, por favor. Y luego me los curas como tú sabes hacerlo.
─¡Sí! ¿Qué decías de quedar dentro…
─¿Dentro? ¡Sí, dentro, por favor!
─Así que querías quedar…
─¿Qué es quedar, mi señor?
─No sé, ¿esto?
─¡Sí! ¡Quédame! ¡Quédame viva!

***
─Cuando salgamos de aquí vamos a hacer un viaje muy largo juntos. Todas estas semanas de reclusión van a ser como la plataforma de lanzamiento. Luego, a lo mejor no podemos parar hasta… Seguro que si llegamos al sitio que nos esté destinado lo sabremos enseguida. ¿Te imaginas que nos quedamos a vivir en…
─En dónde.
─Qué sé yo. O a lo mejor volvemos a nuestro café de la Cruz Verde. ¿Tú te ves en una gran ciudad, tipo París o Nueva York?
─La verdad es que no, pero contigo todo puede suceder…
─Qué expectación. No sabemos qué va a ser de nuestra vida, excepto que queremos estar juntos, ¿no?
─Eso, qué bien hablas. Serás nuestro portavoz en los países anglófonos. Francia déjamela a mí.
─Total, si en todos los sitios encontraremos un ángel…

Eduardo Fraile

sábado, 8 de diciembre de 2018

Quemar las nubes


─Iowa.
─Nevers.
─¿Qué hacías esos días antes de sentarte junto a mí?
─¿Después de aquella tarde que te pusiste todo colorado?
─Sí, yo vivía sin vivir en mí. Sin comer, sin dormir, escribiéndote cosas sin sentido, esperando las tardes, a ver si volvías a La Luna.
─Pues me entró una especie de furor. ¿Quién era ese chico vestido de negro que sólo con mirarme me había hecho eso?
─Eso qué.
─Esta excitación. Mi cuerpo descontrolado total. No podía parar de masturbarme. Quería estar contigo, pero a la vez me rebelaba contra tu poder, lo que me dejaba completamente extenuada.
─Hasta que un día…
─Ay. El primer día que me senté contigo me encantó tu voz, pero me dije: yo estoy hecha un flan por él y él tan tranquilo. Esta vez no te ruborizaste…
─Llevaba días y días esperándote. Creo que ya no tenía ni fuerzas para sostener el lápiz.
─Me pareciste educado por demás. No te permitirías creer nunca que yo estuviera coladita por ti. Así que decidí actuar.
─Y te cortaste el pelo.
─Sí, fue la señal. Como quemar las naves (o quemar las nubes).

***
─Nevers.
─Iowa.
─Eres dueño de mí. Si quisieras dejarme me dejaría morir. Sería fácil. ¿Cómo podría respirar?
─No digas esas cosas. Eres tú la que me conviertes en aire. La que me haces indispensable.
─Cuando se ama entregamos el poder. Nos rendimos a quien nos ha conquistado.
─Tú me has conquistado a mí. Yo no hubiera sabido ni decirte una palabra.
─Pero esa palabra que no te creías digno de decir es la que te ha elevado hasta mí.
─Eres la más dulce y considerada vencedora para con el vencido. Como que nada sino esto puede ser la victoria.
─Te amo y me amas. ¿Cómo ha podido pasar?
─Eso. ¿Cómo lo has hecho?
─Será cosa de magia. Pero yo no he hecho nada, de verdad.
─Iowa.
─Nevers.
─Eres mi dueña. Si quisieras dejarme me dejaría morir…


Eduardo Fraile

sábado, 1 de diciembre de 2018

Los extraterrestres


(Ana y Tony. Dormitorio de su apartamento. Interior noche)

─ Oye, ¿no os estáis pasando con esa parejita? Ya veo cómo babeáis Pedro y tú con la modelo, que cualquier día me voy a pegar un resbalón.
─ Uy, uy, uy, que me parece a mí que es estás celosa…
─ ¿Celosa yo, celosa yo? Pues sí, qué pasa. Pero bueno, si os la queréis tirar tampoco hay que montarse una película de espías. Además el poeta es vuestro amigo ¿no?
─ El poeta no es nuestro amigo. Le queremos. Se va a pegar un hostión. Le ha tocado la lotería. Le ha tocado tocar el cielo. No sabemos cómo poner todas las colchonetas del mundo cuando caiga desde allí.
─ Ah, o sea que la historia del exnovio traficante os la suda. Ya me parecía a mí. Qué hermoso, sois unos caballeros.
─ No somos unos caballeros. La cosa ha salido así casi sin querer. Cuando puse el Café sabía que conocería todo tipo de gente, pero estos dos no son de este mundo. Son extraterrestres totales. Pedro no para de alucinar con ellos, y eso que sólo aparece por el almacén lo mínimo imprescindible.
─ ¿Tú has estado en su casa de Traspinedo?
─ Que no es Traspinedo, es… Joder, cómo se llama ese pueblo.
─ ¿Renedo?
─ No, pero está por ahí. No, no. Sé que tienen una casa grande, toda de sillares de piedra.
─ Cómo mola. Seguro que con escudo heráldico en la fachada. ¿Y le va a editar un libro al poeta en Balneario?
─ Sí, eso me ha dicho, que es buenísimo. Se titula "Hiéndeme luna góndola". Se lo ha debido escribir de cabo a rabo en el Café.
─ Esa sí que es una historia todavía mejor que la de la chica.
─ Es la misma historia. El completo: el amor, el libro, el copón.
─ ¡A ver si se va a pegar dos hostias en vez de una!
─ Calla, no seas ceniza. A ti lo de ella te tiene fuera de tus casillas…
─ Pues un poco, ya ves. Pero es envidia cochina. Sí que parece extraterrestre, sí.
─ Villabáñez, joder, Villabáñez. Por cierto, el próximo eclipse de luna tenemos que ir allí. Al páramo. Debe ser el mejor sitio para verlo.
─ ¡Guay! Perdóname. Es rivalidad de mujeres. Sé que no tengo nada que temer, incluso creo que seríamos amigas, en otras circunstancias… Pero dónde la han hecho, por Dios, si hasta a mí me dan ganas de volverme lesbiana…

Eduardo Fraile

sábado, 24 de noviembre de 2018

Cuadernos de Iowa/III


           Me estiras hasta el límite, como un arco de mimbre de las mimbreras del prado donde pastan los ciervos del Cantar de los Cantares. Me pones en la torre de lanzamiento. Qué soy: el arco, la flecha o el cohete, qué, el arma, el disparo o la bala. Qué soy, la velocidad o la tensión, o el blanco o la puntería. Pero sólo funciona contigo. Sólo tú sabes sacar de mí esta agua de vida que no creía poseer en mi pozo.

***
            Si tú eres el arco y la flecha… contra qué te disparo, hacia dónde te apunto, por qué te llevo a la máxima tensión, con qué objetivo. ¿Te uso como medio, o eres tú el fin, o lo soy yo, o lo somos los dos? Si se pudiera almacenar la energía que liberan tus orgasmos podrías iluminar tú sola toda la ciudad. (Anotación de Nevers)

***
            Yo hasta ahora no sabía lo que era la felicidad. Sí conocía el placer. Pero esto que me pasa contigo es distinto. Incluso el placer extremo que ocasionas en mí se magnifica y multiplica y eleva por una onda expansiva que viene de ti y de mí y de eso que somos juntos. ¿Era esto el amor que hasta ahora no tuve? ¿O es otra cosa más allá?

***
            Suena un poco pomposo, o cursi, pero antes de conocerte yo no me conocía, y esto ahora lo sé gracias a ti, mi amor, mi descubridor.

***
            Mi señor, déjame entrar en tu templo,
            permite a tu esclava prosternarse a tus pies.
            Haz de mí lo que quieras. Mi vida es para ti.
Mi cuerpo y mi alma son tuyos, úsalos
para lo que mejor puedan servirte.
Tómame.

***
            Mi señor de la barba llena de margaritas, llévame contigo a los prados donde saltan las gacelas. Aprenderé con ellas a dar esos brincos de felicidad cuando te ven. Eso les basta.

***
            ¿Sabes a qué sabes?
            Sabes a cedro del Líbano,
            sabes a subir una montaña
            y respirar desde la cima, mientras el corazón
            se nos sale del pecho. Sabes a miel
            de brezo y boj, a beso
            firme y a manzanas en agraz.
            Sabes a mí
            después de haberte dado
            tu merecido.

Eduardo Fraile

sábado, 17 de noviembre de 2018

El pasaporte


─El pasaporte, no te olvides.
─Que sí, mañana a las 8 me acerco. Hay un fotomatón al lado, en la calle Torrecilla.
─Tardan dos o tres días en dártelo. Lo vamos a necesitar para Estados Unidos.
─¿Y el tuyo?
─En regla. Lo tengo casi lleno. No te lo enseño porque estoy fatal. Parezco una terrorista. Pero nunca he tenido ningún problema.
─Previa sonrisa desarmante y subyugadora, supongo.
─Vale ya. A lo mejor ahora que voy contigo me tratan peor. Oye…
─Qué.
─Al volver, cómprame esto en la farmacia, que me va a venir el mes. Y una caja de fresas en el mercado del Val.
─Te traeré también unas tónicas de las que te gustan, y limones del Caribe.
─Y besos de todos los colores. Se los puedes robar a las colegialas de aquí al lado…
─Así lo haré.
─¡Oye, que no!
─Vale, no se los robaré, se los pediré por favor…
─Así me gusta. Ya me duermo más tranquila.
─¿Te canto una nana?
─Susúrrame despacito lo que les vas a hacer a las colegialas con las fresas y los limones, y con las botellas de las tónicas Schweppes…

***
─Mi señor, he sido mala. Te he deseado mucho, y como no venías y no venías, he acabado masturbándome con uno de tus rotuladores. Ay. Y entonces, cuando me estaba corriendo, han llamado a la puerta, que creí que serías tú que volvías de hacerte el pasaporte, y he abierto así, con el pantalón y las bragas a medio bajar, y era el cartero, que traía una carta certificada para la editorial. Qué vergüenza. Y he dicho perdón, y he cerrado. Pero el tío seguía ahí y no se iba, me he quedado observándole por la mirilla, con un sobre de burbujas en una mano y el libraco de firmas en la otra. Y entonces me he sacado el rotu de donde lo tenía metido y he abierto una rendijita, una cuarta o así, para coger el sobre y firmar de cualquier manera. Y cuando se ha ido me he dejado escurrir contra la puerta, y así, sentada en el suelo, me he corrido toda otra vez…
─Ese cartero va a tener sueños eróticos contigo durante décadas…
─Perdóname, mi señor. Me merezco un severo correctivo.
─Y cómo de severo le apetece el correctivo, señorita.
─¡Oh! ¡Muchísimo! Durísimo. Implacable. Sin piedad.

Eduardo Fraile

sábado, 10 de noviembre de 2018

El Polo


            Subo por la calle Juan Mambrilla esta luminosa mañana de comienzos del verano de 2018. Hemos tenido una primavera lluviosa por demás, quizá como ninguna otra que recuerde, excepto posiblemente aquella en que Iowa y yo nos conocimos, nos enamoramos, y vivimos clandestinamente algunas semanas en esta misma calle, en el Nº 13. Juan Mambrilla es hoy una calle peatonal en su primer tramo, desde el colegio Niño Jesús hasta el de La Enseñanza. En la acera de la izquierda, según voy ascendiendo (porque por aquí bajaba uno de los ramales de la Esgueva), la trasera de los talleres de Gráficas Andrés Martín, que cerró hace algunos años, y un poco más allá el balcón de la editorial Balneario, de Pedro Gómez Cornejo, Alonso Cordel en sus libros de autor. Digo balcón, pero en realidad se trata de una ventana en arco con enrejado, en el primer piso. Con sólo echar la vista constato que ahora es una academia de idiomas o algo parecido. La casa ha sido rehabilitada. Ojalá hayan respetado el pequeño patio interior con columnas como el de la Anunciación de Fray Angélico.
            El corazón me bate ya con fuerza. No me detengo y busco un poco más arriba, en el tramo con circulación, pasada la bodega Félix, el Polo. Pero no está. Duró sólo uno o dos años, y posteriormente el local permaneció cerrado décadas enteras (excepto un breve lapso en que hubo allí una fotocopiadora con taller de encuadernación). Vuelvo sobre mis pasos intentando identificar el sitio exacto y creo que la figura que hago es la de Don Quijote palpando el aire donde no está el aposento de sus libros. Llego hasta la esquina de la librería Médica, que hoy es El árbol de las Letras, y entro a serenarme, a ajustar los relojes del tiempo mientras remoloneo por las mesas de novedades…
            (El Polo era profundo, sinuoso, todo interior, con sofás de piel en distintos ambientes con mesitas y lámparas. Y suelo de tarima encerada que crujía. Abría por la tarde, pero su momento estelar se situaba en esas horas inciertas de la alta madrugada. Algunas noches Iowa y yo nos escapamos de nuestra jaula de oro para tomarnos un gin-tonic peligroso de verdad.)
            …Y tomo en las manos un libro de alguien que conocí en otro tiempo. Y lo abro y respiro el aroma de los días y las rosas de nuestra juventud: Eduardo Fraile Valles, Perlas ensangrentadas

***
─ Nevers, tenemos que volver.
─ Nos la estamos jugando. Por mucho que te disfraces todo el mundo te mira.
─ Pero sólo tú me ves, mon vers.
─ No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín.
─ Qué es celemín, mi señor.
─ Qué es celemín, y tú me lo preguntas…
─ Maldito, no te rías de mí.
─ Coge una servilleta, te lo dibujaré. Es para medir el trigo, más pequeño que la media fanega.
─ ¡Ah!
─ ¿Ah has dicho? Pues vámonos, que te voy a llenar de granos hasta el borde…
─ ¡Sí, por favor! ¡Y con copete!

Eduardo Fraile


sábado, 3 de noviembre de 2018

Cuadernos de Iowa/II


            Mi poeta,
te estiras como un gato. Tú sí que eres gatuno y felino y con bigotes. Yo, la verdad es que no tengo nada de dinosauria, por mucho que te empeñes en tocarme la columna vertebral. Cuanto más gato te pones yo me hago más pájaro y más alas me crecen en los omoplatos. Me encanta verte estirarte así, completamente satisfecho después de haberme devorado…
***
          Ahora me parece que todo lo anterior a ti se va desdibujando, desleyendo, y aunque es mi vida creo que se me va a caer como una piel de serpiente. Mira, a lo mejor sí voy a tener algo de reptil. Pero no, mi nueva piel la construyes tú con tus caricias sobre las caricias de ayer, sobre las de mañana…

***
         Si alguna vez me saliera decirte cariño, dame cincuenta latigazos. Si alguna vez te digo que te quiero mucho (e incluso muchísimo) véndeme en el mercado de esclavas, porque mucho (e incluso muchísimo) no es todo ni es por tanto suficiente. Si alguna vez dejaras de quererme arrójame a las aguas del río del olvido.

***
          Ahora no pienso en nada sino en ti. Cuando me duermo en tus brazos, colmada de tu amor, exhausta, saqueada, mordida, dolorida y feliz… ¿en qué otra cosa podría posarse la mariposa de mi anhelo? Mi aliento, mi aire, mi respiración eres tú. Y me despierto de ti para encontrarte a mi lado. Digo tu nombre antes de decir el mío, antes de saber quién soy. Y tu sonrisa cuando abres los ojos y me ves me devuelve la vida.

***
            Nevers vers moi
            mon vers c’est toi
            mon Univers
et mon égal
el mon divers
mon Nevermore
et mon toujours
viens avec moi
embrasse-moi
renverse-moi

(Para que veas que perfecciono mis lenguas para estar a tu altura, aunque nos podemos repartir el trabajo: yo me encargo del inglés y tú del franchute. ¡Seremos invencibles!)

Eduardo Fraile


sábado, 27 de octubre de 2018

El vuelo


Postal del aeropuerto Charles de Gaulle
Concorde despegando

            Salimos mañana para N. York en el pájaro con pico dorado. El Concorde es un obelisco que vuela, o la Torre Eiffel con fuselaje de relámpago. Las cosas van ahora muy deprisa, esperamos ir luego en autobús hacia el medio-oeste, para disfrutar también de la lentitud. Os mandaremos postales en cada estado de la Unión. Besos, abrazos,

Cordel: Y aquí firman los dos. Oye, cómo se llama ella, que no lo sé ni me he atrevido a  preguntárselo.
Tony:   Yo tampoco lo sé, el Poeta la llamaba Imán, y me imaginaba que a lo mejor era un anagrama con las letras de su nombre, Inma, quizá.
Cordel: No le pega, la verdad.
Tony:   Claro que no. ¿Cómo se puede llamar una tía como esa?
Cordel: Aquí parece que pone Inwa, a lo mejor tienes razón.
Tony:   Que no, joder, pone Lona, o Lowa…
Cordel: ¡Iowa, leches! ¡Iowa!, por eso van a ir a Des Moines, que es la capital de ese estado.
Tony:  Seguro que se lo ha puesto el Poeta. Mira, pues Iowa sí le pega. Qué cabrón. Muy buen bautizo.
Cordel: ¡Por ellos, compañero! ¡Y que revienten de follar en todos los moteles de Yanquilandia!

Eduardo Fraile


sábado, 20 de octubre de 2018

Nuestras madres


─Nunca me dices nada de tu familia.
─Ni tú. Lo único que sé es que tus hermanos te traen ropa de Londres.
─Me gustaría conocer a tu madre. Seguro que te echa de menos. Pensará que soy una secuestradora.
─Ella sabe que eres distinta a todas. Sólo tú has tenido el poder de arrebatarle a su hijo.
─Es verdad. Las madres saben, aunque intentemos ocultarles las cosas. La mía no me pregunta, pero sabe. Y está asustada, a ver.
─Hay mucha gente a la que le afectan nuestras decisiones, y a las que haremos daño sin querer. Sólo el hecho de que nos amemos está provocando disturbios en la galaxia.
El amor es un perro del infierno. Lo he leído en Bukowski.
─El amor lo saca todo de quicio. Dante decía que mueve el Sol y las demás estrellas. El amor nos crea. El amor nos destruirá.
─Calla, Poeta. Mientras estamos siendo devorados, mientras ardemos, mientras nos desangramos hasta la última gota…
─Mientras, extenuados, exánimes, caemos de bruces en la arena de la playa…
─Mientras morimos…
─Mientras resucitamos…
***
─¿Qué hacías antes de conocerme, mi amor de barba florecida, mi Salomón del Cantar de los Cantares?
─Te esperaba y te esperaba, y desesperaba ya de que vinieras, o de llegar a ser digno de ti.
─Pero vine, llegué y te encontré con tu lámpara encendida.
─Querrás decir con mi lápiz Faber Castell escribiéndote…
─Con tus palabras inauditas, con tus palabras nuevas, recién hechas, oliendo a pan, oliendo a goma de borrar de nata, oliendo a libros nuevos al empezar el curso…
─Y tú olías a campo verde lleno de margaritas, de amapolas, de clavellinas y de esas florecillas moradas que no sé cómo se llaman.
─Pues si no lo sabes tú… Llámalas Iowas, llámalas mi deseo de ti.
Iowas, qué nombre tan hermoso para las flores enamoradas…

Eduardo Fraile

sábado, 13 de octubre de 2018

Monos en la cara


           
─Si yo fuese un edificio de Valladolid, ¿Cuál sería?
─La torre de La Antigua. Eres la más esbelta, delicada y deliciosa criatura. La Antigua es el Concorde del Románico. La mandó hacer el conde Ansúrez, fundador de la ciudad, como regalo para su chica, doña Eylo. Ya ves, entonces, por el año mil y pico de ave, los enamorados no se andaban con chiquitas: que si unos pendientitos, que si una pulserita de los puestos de los hippies…
─Vale, me gusta. Tú serías… No sé, chico, no te pareces a ningún edificio. ¿Y si yo fuese un parque?
─El Parque del Poniente.
─¡Anda, mira!
─Es misterioso y a la vez abierto. Tiene estatuas y estanque, y en los columpios una chica me dijo una vez: Qué me miras, ¿acaso tengo monos en la cara?
─Pero bueno, eso no me lo habías contado.
─Tenía 7 años, o a lo mejor 6, cuando nos vinimos de Madrid. Había dos columpios que eran como una viga larga con cabeza de caballo. Se podían subir 8 o 9 niños en hilera y funcionaba con un movimiento de vaivén. Espera que te lo dibujo. Más o menos así. Los niños nos agarrábamos a esas especies de T y algún mayor empujaba hacia delante y hacia atrás.
─¿Y?
─Yo me quedé mirando a la chica que empujaba. Sería la hermana mayor de alguno de los que estábamos subidos. Era guapísima. Me quedé embobado.
─Ya conozco esa cara que pones cuando ves la belleza.
─Y entonces se acerca a mí y me suelta en voz alta, para que todos lo oigan y para avergonzarme: ¡Qué me miras! ¿Acaso tengo monos en la cara?
─¡Qué fuerte! ¡Qué mala! Te pondrías rojo como un tomate.
─Bien que lo sabes. Se me saltaban las lágrimas. Cuando aquello paró, aquel movimiento horrible que hacía que me diesen arcadas, me bajé y eché a correr.
─Vaya pécora. Seguro que se merecía lo que le habrá pasado después. Nadie puede usar así su poder. Si no era también guapa por dentro lo habrá pasado mal.
─Venga, ya pasó. Fue como si me hubiesen dado un bofetón.
─¡Guapo! ¡Más que guapo! ¡Tú sí que tienes monos en la cara y por aquí y por aquí. Y te los como todos, y te los chupo y te los lamo y te los todo de todo.



Eduardo Fraile

sábado, 6 de octubre de 2018

Cuadernos de Iowa


            Denver,
         mi poeta, mi verso, mi diverso. Mi igual a mí, mi distinto a todos. Único y múltiple. Qué hacías lejos, cuando aún nuestras miradas no pensaban en chocar, en encontrarse. Te amo por encima de todo (o por encima del Todo, sea esto lo que fuere). Te amaba ya incluso antes de que te amase. Yo no sabía entonces lo que era el amor. Tú me lo has enseñado no sabiéndolo tampoco, simplemente con ser, con estar ahí, con estar aquí dentro de todos los dentros de mí. Me multiplicas, me divides, me partes por la mitad. Me sumas y me restas, y al final somos tú y yo muchas veces, embellecidos, enriquecidos, completos. Tengo que sujetarme para no ponerme a gritar cómo te quiero. Me pondría a saltar a la comba entre las estrellas, o a jugar a la rayuela con tu nombre en el cielo y en la tierra, con tus manos en mí. Muérdeme, cómeme, devórame, conviérteme en tu luz, mientras te abraso. ¿Ves? Desvarío y deliro y me transfiguro. Mi alma se hace pájaro y palabra. Y tú me cazas al vuelo y me devuelves convertida en escritura.

***
          Lámeme, vísteme de saliva. Bésame sobre los besos que me has puesto hace un instante, no se vayan a secar, a marchitar, a olvidarse. Mi Salomón en todo su esplendor. Ya ves que yo también uso metáforas sagradas. He leído el Cantar de los Cantares. Qué verdad. Qué belleza. Ella soy yo, ella es todas las chicas que aman. Y él eres tú. Mi Rey sin corona, con la única corona ante la que me arrodillo: el laurel de tus palabras hechas de dulce miel para mí.

***
          No dices mi nombre y yo no digo el tuyo tampoco. Hemos empezado jugando así, como no siendo nosotros de verdad, o siéndolo más profunda y esencialmente. Bueno, a veces, cuando hacemos el amor, se me escapa tu hermoso nombre de rey inglés, tú que eres tan francés en todo. En cambio tú dices toda clase de cosas, me nombras con todas las palabras que encuentras, incluso me insultas con las más maravillosas y desconcertantes injurias que no sé cómo conviertes en las más hermosas palabras de amor.

***
            Poeta, Nevers, Nemour, Denver
            Cuando cierro los ojos te veo navegando en un barco
            de papel, uno de esos barquitos que haces con los folios
            que no me escribes. La marca de agua es una torre
            o un galgo, o un jinete con espada encendida,
un barco con las alas desplegadas,
un lebrel en carrera. Mi Poeta,
mi Capitán.


Eduardo Fraile

sábado, 29 de septiembre de 2018

Josechu


De los camareros masculinos que acompañaron a Nines en la Luna de Tony, voy a detenerme en Josechu. Alto, grande, con barba. Casi daba en el techo con su cabeza. Recuerdo sus manos hermosas donde las tazas de café parecían de juguete. No sé si era vasco o no, pero daba el tipo de chicarrón del norte. Hacía muy buena pareja con Nines en la barra, por contraste: dos delicadezas distintas, asombrosamente bien coordinadas. En mi memoria ejecutan una danza maravillosa para mí. Una coreografía contemporánea, en el estricto ámbito angular de la barra de nuestro café.
            Pasarían luego muchos años. Quizá cambiamos inclusive de siglo, no sé. Yo iba por las calles con una cartera de cuero que compré ─o quizá me regalaron─ en una tienda del claustro de Las Francesas. Siempre me han encantado las carteras de cuero, desde aquellas del colegio que amontonábamos para marcar los postes de las porterías. Y me encontré con Josechu.
            ─¡Anda, Poeta, llevas una cartera de las mías!
            ─¿…?
            ─Que la he hecho yo. Ahora me dedico al cuero. ¿Dónde la has comprado?
            ─En Las Francesas.
           ─Pues te la tengo que grabar. A ver si quedamos o te vienes por Tudela, que tengo allí el taller.
            Y así fue como volvió Josechu de las provincias del pasado.
El pasado es otro país. Allí las cosas se hacen de otra manera. Quién decía esto? ¿Quizá Mark Twain pone esas palabras en boca de Huckleberry Finn?
            ─Tengo todos tus libros, y así me los firmas.
            Vaya, que de repente mis libros parecían tan poca cosa en sus manos contundentes…
            ─Y, además, conservo una hoja con un poema manuscrito tuyo.
            ─¡No me digas!
            ─Sí. Me lo escribiste en la barra, con café. Mojando el mango de la cucharilla en la taza, como si fuese una pluma, mientras se enfriaba.
            ─Señor, Señor. Qué no habrá hecho uno…
            ─Y decía:
                                   el abedul que no toco
alta sombra en cuchillos
caricia emborronada,
                                   luna
tu primer silencio:
                                   ALLÁ




Eduardo Fraile