De una de mis incursiones al desván
he bajado con una vieja cartera de mano de mi padre, casi una especie de maleta
que él usaba en la época en que nos embarcó un poco a todos en las plantaciones
de almendros en las laderas, en los perdidos, esos cachos de tierra incultivable que mis tíos le cedieron con no poco
alivio y generosidad. Allí llevaba sus cuadrículas, sus agrimensiones, sus
tresbolillos, los planos, los polígonos, su afán, trozos de cuerda, una
azadilla, piquetas, qué sé yo…
En esos eriales despuntan hoy
algunos árboles que han sobrevivido a todo, y son su legado a la humanidad.
Quizá lo hiciera para compensar esos otros árboles que iban a morir para dar
papel a mis escritos… Ni la humanidad ni yo (si es que formara parte de ella) merecemos
su regalo. Ni siquiera tendríamos derecho a decir gracias por ese gesto
magnífico y desesperado. Amén.
He retratado a mi padre en alguno de
mis libros: en Madrid, comprando un diccionario en las casetas que hoy están en
la cuesta de Moyano, 8 años antes de que yo naciera; haciendo jabón en el
corral, los veranos de Castrodeza; a través de una fotografía de Jaca, donde
hizo la mili (le condecoraron con la Cruz del Mérito Militar con distintivo
blanco, nunca he sabido por qué), y sobre todo, y es la imagen que quiero traer
hoy aquí, recortando los artículos de Francisco Javier Martín Abril con unas grandes
tijeras como de sastre o esquilador…
Coleccionaba sus "Galerías", que iban en la página 3
del Norte de Castilla, y precisamente uno de aquellos rectángulos de pulpa de
papel, amarillecido hasta el límite de la ilegibilidad, aparece al abrir la
cremallera de esa cartera o maletilla de plástico semirrígido: entre algunos
cartones/maqueta de sus plantaciones, "La
lentitud", una iguada de prosa de un autor hoy olvidado que hablaba
desde su irreductible individualidad. Y lo leo como si fuese una comunicación
del más allá, con una lupa debido al deterioro del papel/prensa, degustando un
estilo personal y confidencial tan cercano a mí ahora como alejado estuvo entonces,
y las lágrimas mojan la tierra yerma y pulverulenta y sedienta e irredenta,
roturada hasta el martirio por los renglones de plomo fundido de la linotipia,
y una semilla párvula que estuvo 30, 40 años esperando esas gotas de agua
bendita comienza a germinar… y creo.
Eduardo Fraile