sábado, 25 de mayo de 2019

Amor apache



─Por favor, dilo otra vez.
─Tú eres la más hermosa criatura de la Tierra.
─Hmmm. Qué rico. Quiero más.
─Y no sólo eres hermosa por fuera. Cuanto más te conozco, más de la Luna me pareces. Y del planeta del Principito.
─Esa parte no la escribió Saint-Exupéry…
─Porque iba en un aeroplano de papel y cayó en el océano. Algo así como Ícaro.
─Oye, por qué te gusto tanto. A veces hasta me asustas.
Tus ojos son mis ojos.
   Tu corazón, mi corazón.
─¡Ay! Eso tendría que haberlo dicho yo, maldito.
─Tú me amas. Lo nota cada célula de mi cuerpo. Hasta ahora yo no sabía lo que era ser amado.
─Ay, mi Amor. Mi Señor. Dices cosas que me desarman, que me abren puertas secretas dentro de mí.
─¿Exploramos?
─No sé lo que puede haber ahí. Me atreveré si vamos de la mano. Cántame una canción.
─De qué planeta vienes, de qué lumbre ancestral,
   de qué mundos incógnitos donde se encienden lámparas.
   al Dios de la belleza…

***
─Sé que eres el amor porque mi corazón salta de gozo en tu presencia.
─Tú me has elegido. Yo sólo te vi y pensé: es la criatura más hermosa de la Tierra.
─Pero si no llego a tomar cartas en el asunto, ¿me hubieras dejado pasar?
─No sé. Hasta que llegaste tú no me consideraba digno de ser amado.
─La belleza está en ti. Mi belleza está en tu mirada.
─¿Sabes cómo se decían te quiero los indios apaches?
─A ver, di.
─Tus ojos son mis ojos. Tu corazón, mi corazón.
─Pero dímelo en apache.
Chi inta ni inta. Chi inchi ni inchi.
─¡Guau! Ya me has devuelto a dejar pasmada. ¿Iowa es territorio apache?
─Pues no lo sé muy bien. Los apaches, los comanches, los sioux, pillan más por el Far West, Colorado, Arizona, Nuevo México… Investigaremos las grandes praderas.
─Un pueblo que se dice te quiero de esa manera es un pueblo de poetas.
─¡Por los apaches de Gerónimo!
─Dímelo otra vez en el oído.
─…
─¡Chi inta ni inta!
─¡Chi inchi ni inchi!

Eduardo Fraile

sábado, 18 de mayo de 2019

Mi pequeño dinosaurio II


      Mi pequeño dinosaurio. Te acabas de dormir. Haces un ruido como de descoyuntamiento cuando penetras en el sueño. Un clac. Como si se cerrara la puerta de esa estancia que ahora te contiene, de ese mundo distinto donde no sé si estaré o no estaré contigo. A lo mejor es aquella tu realidad real y cuando estás conmigo es el verdadero sueño ¿Qué haces allí? ¿Me echas de menos sin saberlo? Sé que te pierdo. Ese ruido, ese chasquido, es de ruptura, no de penetración suavísima en el inconsciente. ¡Clac! Una tecla y ya está (es decir, ya no estás aquí).

***
            Te veo dormir. Duermes para mí. Duermes en mí. Si te despiertas me tienes a tu lado. A veces yo me despierto y digo tu nombre, y te toco para saber si estás ahí. ¿Y si algún día no sucediera este milagro? Quiero que sepas que puedes ir de mi mano a ese mundo distinto del otro lado, como yo me aventuro de la tuya a pasar, a cruzar, a penetrar en el sueño.

***
          ¿Estoy preparado para ti? ¿Cómo podría estarlo entonces, cómo podría estarlo ahora? Llegas, llegaste, llegarás, estás llegando siempre en el deseo. Y por mucho que te espere sin desfallecer, por mucho que te haya esperado todos estos años, tu venida no dejará de sorprenderme… ¿Te crea mi fe? ¿Existes fuera del amor que haces nacer en mí todos los días?

***
            Dinosaurito bonito, ¿cuántas púas de guitarra eléctrica tiene tu espina dorsal? Ya ves, ya no son teclas de piano, sino púas de carey o de ámbar o de nácar o de piedras preciosas talladas por la caricia del Universo. La música del tiempo suena cuando mis manos se deslizan por allí, como el viento original, como el aliento creador… Y cuando pasas, cuando caminas por el borde del mundo haces estremecerse a las estrellas.


Eduardo Fraile

sábado, 11 de mayo de 2019

La evolución de las especies


       Había un nido de golondrinas en el patio de la Anunciación. Oíamos sus chilliditines al atardecer. Entre las vísperas de las monjitas, las máquinas Heidelberg de Gráficas Andrés Martín y los raids de caza de las golondrinas, aquello era un maravilloso guirigay de sonidos y de traqueteos (el nuestro también). Pero era cuando estábamos así, en las pausas del amor, cuando podíamos escuchar y disfrutar la sinfonía de aquel barrio señorial.
 ─Cazan. Están merendando. Dan pasadas con los picos completamente abiertos y se tragan todos los mosquitos de la tarde. Es cuando más hay.
─También sabes de ornitología. ¡Qué guay!
─Tú eres una pájara del paraíso.
─Oye, eso de pájara… Prefiero dinosaurito.
─Los dinosaurios se convirtieron en pájaros.
─Anda ya.
─Que sí. Esos gorriones pequeñajos que van dando saltitos tras las migas de pan, fueron los grandes dinosaurios del Cretácico. O del Jurásico, no sé.
─Te ríes de mí, maldito.
─Que no, que no. Es lo más maravillosos de la evolución de las especies. Que nosotros vengamos de los primates, pues parece natural. Pero que aquellos seres casi montañosos desearan durante milenios liberarse de su masa y ser gráciles y delgados… ¡Y volar!
─¡Y al fin lo consiguieron! ¡Qué hermoso!
─Sí, puede que no haya nada semejante. En cuanto a la voluntad. Pero la cosa es que estos pajarillos han perdido la conciencia de esa pulsión, de esa vocación que se fue instalando en su ADN. Ellos son. No saben lo que fueron. Nosotros empezamos a saberlo. ¿Fuimos peces que abandonaron el mar? ¿Ángeles que se marcharon del Paraíso?
─Somos un hombre y una mujer que han vuelto a él. O que lo han creado esta tarde, aquí mismo.

Eduardo Fraile

sábado, 4 de mayo de 2019

Nuestra canción


─¿Esa calle que pone en tu pasaporte es de las Delicias? No la había oído jamás.
─Sí, es de las del final, ya casi en las Arcas Reales.
─Mi amor de los suburbios. Tu belleza más pura aún…
─Como digas lo de la perla en el estercolero, te la corto, vas a ver.
─Una vez fui con mi padre al poblado de San Isidro…
─¿A las chabolas?
─Sí, fuimos a buscar materiales para hacer un reloj. Toda esa ladera era un vertedero.
─¿…?
─Nos mandaron hacer un reloj en Trabajos manuales. Yo creía que íbamos a comprar cartulinas y goma arábiga en una papelería.
─Qué fuerte.
─La verdad que sí. Me duró varias semanas la impresión. Mientras buscábamos entre los escombros llegó un mercedes negro, y bajó un señor. Enseguida se llenó aquello de niños gitanos medio desnudos. El hombre sacó del maletero un montón de cajas blancas como de camisas y les fue dando una a cada uno.
─Vaya historia. Tu padre tiene que ser un tío genial.
─Yo creo que si no hubiese tenido que mantener una familia y eso, quizá habría sido escritor.
─Pero entonces no hubieras nacido tú.
─Mira que si no llego a nacer… ¿Cómo podríamos habernos conocido?

***
─Me ha gustado mucho la historia de tu padre llevándote al páramo de San Isidro, a las chabolas.
─Tenía 8 o 9 años, creo.
─Seguro que eras un niño demasiado mayor para tu edad.
─Algo así. Es como si fuera hacia atrás. Cada día voy ganando en irresponsabilidad. Y ya contigo, ni te cuento.
─Mi amor, lo que te pasa es que tu corazón canta para mí.
─Mi corazón canta por ti. Tú eres mi canción.

Eduardo Fraile

miércoles, 1 de mayo de 2019

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               Valladolid, primeros años 80.
            El poeta posa en el Café La Luna, de reciente creación, con sus hojas de papel y sus lápices Faber Castell. Traba amistad con Tony, el propietario, y Nines y Josechu, los camareros, que se desenvuelven como ejecutando una coreografía precisa y delicada.
           Una tarde aparece una chica del barrio de Las Delicias. Su belleza hace palidecer al poeta, que ante su mirada cambia al rojo creciente del rubor. Ese flechazo es observado ─e inscrito en los anales del Café─ por Tony, desde la barra.
               El poeta y la musa (Imán, la llama él al principio) comienzan una relación, amenazada por ¿el exnovio de ella? ¿O sólo el ex socio de sus hermanos, traficantes del todo, desde pantalones Levi’s a LSD?
            Tony y el editor Pedro Cornejo, asiduo del Café, se proponen proteger a la pareja, y les refugian en el almacén de Balneario Escrito, en la calle Juan Mambrilla, 13, sede de la editorial.
             Allí viven una especie de luna de miel y planean un viaje a USA, a la ciudad de Des Moines, Iowa, donde viven las chicas más guapas del mundo, según Jack Kerouac en su novela On The Road. El poeta llamará así a su chica Iowa, en adelante…]

Eduardo Fraile