─¿Esa
calle que pone en tu pasaporte es de las Delicias? No la había oído jamás.
─Sí,
es de las del final, ya casi en las Arcas Reales.
─Mi
amor de los suburbios. Tu belleza más pura aún…
─Como
digas lo de la perla en el estercolero, te la corto, vas a ver.
─Una
vez fui con mi padre al poblado de San Isidro…
─¿A
las chabolas?
─Sí,
fuimos a buscar materiales para hacer un reloj. Toda esa ladera era un
vertedero.
─¿…?
─Nos
mandaron hacer un reloj en Trabajos manuales. Yo creía que íbamos a comprar
cartulinas y goma arábiga en una papelería.
─Qué
fuerte.
─La
verdad que sí. Me duró varias semanas la impresión. Mientras buscábamos entre
los escombros llegó un mercedes negro, y bajó un señor. Enseguida se llenó
aquello de niños gitanos medio desnudos. El hombre sacó del maletero un montón
de cajas blancas como de camisas y les fue dando una a cada uno.
─Vaya
historia. Tu padre tiene que ser un tío genial.
─Yo
creo que si no hubiese tenido que mantener una familia y eso, quizá habría sido
escritor.
─Pero
entonces no hubieras nacido tú.
─Mira
que si no llego a nacer… ¿Cómo podríamos habernos conocido?
***
─Me
ha gustado mucho la historia de tu padre llevándote al páramo de San Isidro, a
las chabolas.
─Tenía
8 o 9 años, creo.
─Seguro
que eras un niño demasiado mayor para tu edad.
─Algo
así. Es como si fuera hacia atrás. Cada día voy ganando en irresponsabilidad. Y
ya contigo, ni te cuento.
─Mi
amor, lo que te pasa es que tu corazón canta para mí.
─Mi
corazón canta por ti. Tú eres mi canción.
Eduardo Fraile
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