sábado, 26 de enero de 2019

La espera (Cuadernos de Iowa/0)


         Mi amor,
estabas aquí, en mi misma ciudad, cerca y lejos, cada uno a un lado de la vía. Cada uno a un lado de la raya de tiza. Y yo cruzaba cada tarde al otro lado de La Luna. Y allí estabas tú, haciendo como que me esperabas. Escribiendo en tu cuaderno los regresos de Ulises a su isla añorada. Escribiendo poemas de amor a una chica que no conocías todavía, pero que iba a venir una tarde, iba a empujar la puerta verde y a hacer añicos todas las precauciones y todos los miramientos. Directa y mortal. Mortal y rubia con coleta. Mortal, morada y desnuda para ti. Sin anunciarse. Sin pedirte permiso. Con un vaso en la mano lleno de rocío y diamantes. A que supero la ficción. A que supero a tu imaginación. A que me he encaramado a la altura justa de tu increíble deseo…
            Mi amor,
te escribo estas palabras en el mismo sitio donde estabas la tarde en que nos vimos por primera vez. He venido a esperarte, a ver cómo llegas, cómo no te retrasas, cómo te adelantas incluso, por si acaso me adelanto yo y para no hacerme esperar. Educado, delicado, lleno de estupor por que yo te haya elegido. Hoy la escritora soy yo. La gente me mira (seguro que me observan pensando lo peor de ti). Cuando llegues a abras esa puerta estarás entrando directamente dentro de mi corazón.

Eduardo Fraile

sábado, 19 de enero de 2019

Frío y caliente

─¿Qué habrá en Des Moines, además de chicas guapas? ¿Será una pequeña ciudad o una gran urbe? También me gusta Leclerc como nombre. Mucho francés por ahí, a ti te va a encantar.
─Suena a más pequeña que Iowa City.
─Podemos ver las dos, y luego decidimos dónde quedarnos una temporada.
─Sí, sí. Aunque la primera idea es la que cuenta. Des Moines, y desde ahí hacemos excursiones.
─A ver cómo nos apañamos. Allí usan el coche para todo y ni tú ni yo tenemos carnet. Nos vamos a gastar fortunas en taxis.
─Llamaremos la atención más por eso que por tu bellez y tu guapez y tu maravillosez. Pensaremos en algo.
─Tonto, que yo levanto la mano y para un chófer.
─De los de gorra de plato, señorita. ¿Sabes de dónde viene chófer?
─Del francés chauffeur?
─¡Sí! ¿Pero qué es chauffer?
─¿?
─Calentar. Los primeros conductores de automóviles tenían que calentar el motor para arrancarlos. Literalmente. Tenían que hacer una pequeña hoguera en el suelo…
─¿Tú eres mi chauffeur?
Volontiers!
─Aunque yo ya estoy caliente siempre contigo…
─¿Desea la señorita que también sea su réfrigérateur?
─¡Por favor, que lo he menester!


Eduardo Fraile

sábado, 12 de enero de 2019

My Way (Cuadernos de Iowa/V)


            Mi señor, tus pies: ¡Me los como! Qué hermosos son, como de un Cristo yacente de los del Museo de nuestra ciudad. Uno de Gregorio Fernández o de Juan de Juni. No me extraña que María Magdalena (también de las que hay en el Museo de Escultura) los lavase con sus lágrimas y los secase con su pelo. Entiendo a esa mujer. De mujer enamorada a mujer enamorada. Tus pies son míos: Quiero ser el camino que pisas. Te daré un masaje con mis senos (o me daré un masaje yo con tus traviesos y deliciosísimos pies).

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            Te corto las uñas de los pies. ¡Son de exposición! Así estás todo guapo, mi señor. Para que pises a tu sierva como si cayera una lluvia de pétalos sobre mi corazón.

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        Amado mío. Quizá recordaremos este momento. Quizá lo revivamos, lo resucitemos en el futuro. Quizá volveremos a estar juntos cuando ya no pudiera ser posible, y así venceremos al tiempo o a la distancia… o al mismísimo Amor.

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           Pero quiero ser yo las flores, los pétalos, quiero ser una alfombra de colores para que tus pies se refresquen. Que tus pasos sobre mí hagan brotar los más dulces aromas: tomillo, lavanda, romero, salvia, menta, té. Que no te canses nunca de andarme, de recorrerme, que no me dejes nunca por ningún otro camino.


Eduardo Fraile

sábado, 5 de enero de 2019

Hasta la Luna y vuelta


─¿Tú crees que nuestro amor será recordado más allá de nosotros, o de los que nos hayan conocido?
─Sí, estoy segura. Más adelante escribirás un libro sobre mí. Ese libro te hará rico. Te hará famoso.
─No quiero ser rico ni famoso ni nada. Parece que todo eso sea a condición de que tú ya no estés allí.
Tonto, que no. Yo tampoco quiero que eso pase si para ello tengo que perderte.
─Ay Dios. Para ser inmortal hay que morir.
─Somos mortales. Los dioses nos envidian por ello.
─Y a nosotros nos seduce la eternidad, la perdurabilidad de lo efímero que somos y de lo que hacemos.
─Los artistas entendéis bien esa aspiración, esa pulsión que hay en los humanos.
─Y las mises como tú. Tu belleza es lo más parecido al Paraíso.
─Y mi belleza se marchitará y tú ya no querrás estar en mi jardín, comiéndome las manzanas.
─Tonta. Tú serás bella siempre. El tiempo y el espacio no podrán hacerte nada.
─Ahí está. El tiempo y el espacio me destruirán, pero lo que seré en tu libro perdurará más allá de nosotros.
─O sea que tengo que escribirte, o sea que me enamoraré del personaje de ficción como lo he hecho con la chica real…
─Algo así. Pero yo quiero que me sigas amando en la realidad y en la ficción, hasta el final.
─Hasta el infinito y más allá.
─¡Hasta la Luna y vuelta!

Eduardo Fraile