sábado, 27 de octubre de 2018

El vuelo


Postal del aeropuerto Charles de Gaulle
Concorde despegando

            Salimos mañana para N. York en el pájaro con pico dorado. El Concorde es un obelisco que vuela, o la Torre Eiffel con fuselaje de relámpago. Las cosas van ahora muy deprisa, esperamos ir luego en autobús hacia el medio-oeste, para disfrutar también de la lentitud. Os mandaremos postales en cada estado de la Unión. Besos, abrazos,

Cordel: Y aquí firman los dos. Oye, cómo se llama ella, que no lo sé ni me he atrevido a  preguntárselo.
Tony:   Yo tampoco lo sé, el Poeta la llamaba Imán, y me imaginaba que a lo mejor era un anagrama con las letras de su nombre, Inma, quizá.
Cordel: No le pega, la verdad.
Tony:   Claro que no. ¿Cómo se puede llamar una tía como esa?
Cordel: Aquí parece que pone Inwa, a lo mejor tienes razón.
Tony:   Que no, joder, pone Lona, o Lowa…
Cordel: ¡Iowa, leches! ¡Iowa!, por eso van a ir a Des Moines, que es la capital de ese estado.
Tony:  Seguro que se lo ha puesto el Poeta. Mira, pues Iowa sí le pega. Qué cabrón. Muy buen bautizo.
Cordel: ¡Por ellos, compañero! ¡Y que revienten de follar en todos los moteles de Yanquilandia!

Eduardo Fraile


sábado, 20 de octubre de 2018

Nuestras madres


─Nunca me dices nada de tu familia.
─Ni tú. Lo único que sé es que tus hermanos te traen ropa de Londres.
─Me gustaría conocer a tu madre. Seguro que te echa de menos. Pensará que soy una secuestradora.
─Ella sabe que eres distinta a todas. Sólo tú has tenido el poder de arrebatarle a su hijo.
─Es verdad. Las madres saben, aunque intentemos ocultarles las cosas. La mía no me pregunta, pero sabe. Y está asustada, a ver.
─Hay mucha gente a la que le afectan nuestras decisiones, y a las que haremos daño sin querer. Sólo el hecho de que nos amemos está provocando disturbios en la galaxia.
El amor es un perro del infierno. Lo he leído en Bukowski.
─El amor lo saca todo de quicio. Dante decía que mueve el Sol y las demás estrellas. El amor nos crea. El amor nos destruirá.
─Calla, Poeta. Mientras estamos siendo devorados, mientras ardemos, mientras nos desangramos hasta la última gota…
─Mientras, extenuados, exánimes, caemos de bruces en la arena de la playa…
─Mientras morimos…
─Mientras resucitamos…
***
─¿Qué hacías antes de conocerme, mi amor de barba florecida, mi Salomón del Cantar de los Cantares?
─Te esperaba y te esperaba, y desesperaba ya de que vinieras, o de llegar a ser digno de ti.
─Pero vine, llegué y te encontré con tu lámpara encendida.
─Querrás decir con mi lápiz Faber Castell escribiéndote…
─Con tus palabras inauditas, con tus palabras nuevas, recién hechas, oliendo a pan, oliendo a goma de borrar de nata, oliendo a libros nuevos al empezar el curso…
─Y tú olías a campo verde lleno de margaritas, de amapolas, de clavellinas y de esas florecillas moradas que no sé cómo se llaman.
─Pues si no lo sabes tú… Llámalas Iowas, llámalas mi deseo de ti.
Iowas, qué nombre tan hermoso para las flores enamoradas…

Eduardo Fraile

sábado, 13 de octubre de 2018

Monos en la cara


           
─Si yo fuese un edificio de Valladolid, ¿Cuál sería?
─La torre de La Antigua. Eres la más esbelta, delicada y deliciosa criatura. La Antigua es el Concorde del Románico. La mandó hacer el conde Ansúrez, fundador de la ciudad, como regalo para su chica, doña Eylo. Ya ves, entonces, por el año mil y pico de ave, los enamorados no se andaban con chiquitas: que si unos pendientitos, que si una pulserita de los puestos de los hippies…
─Vale, me gusta. Tú serías… No sé, chico, no te pareces a ningún edificio. ¿Y si yo fuese un parque?
─El Parque del Poniente.
─¡Anda, mira!
─Es misterioso y a la vez abierto. Tiene estatuas y estanque, y en los columpios una chica me dijo una vez: Qué me miras, ¿acaso tengo monos en la cara?
─Pero bueno, eso no me lo habías contado.
─Tenía 7 años, o a lo mejor 6, cuando nos vinimos de Madrid. Había dos columpios que eran como una viga larga con cabeza de caballo. Se podían subir 8 o 9 niños en hilera y funcionaba con un movimiento de vaivén. Espera que te lo dibujo. Más o menos así. Los niños nos agarrábamos a esas especies de T y algún mayor empujaba hacia delante y hacia atrás.
─¿Y?
─Yo me quedé mirando a la chica que empujaba. Sería la hermana mayor de alguno de los que estábamos subidos. Era guapísima. Me quedé embobado.
─Ya conozco esa cara que pones cuando ves la belleza.
─Y entonces se acerca a mí y me suelta en voz alta, para que todos lo oigan y para avergonzarme: ¡Qué me miras! ¿Acaso tengo monos en la cara?
─¡Qué fuerte! ¡Qué mala! Te pondrías rojo como un tomate.
─Bien que lo sabes. Se me saltaban las lágrimas. Cuando aquello paró, aquel movimiento horrible que hacía que me diesen arcadas, me bajé y eché a correr.
─Vaya pécora. Seguro que se merecía lo que le habrá pasado después. Nadie puede usar así su poder. Si no era también guapa por dentro lo habrá pasado mal.
─Venga, ya pasó. Fue como si me hubiesen dado un bofetón.
─¡Guapo! ¡Más que guapo! ¡Tú sí que tienes monos en la cara y por aquí y por aquí. Y te los como todos, y te los chupo y te los lamo y te los todo de todo.



Eduardo Fraile

sábado, 6 de octubre de 2018

Cuadernos de Iowa


            Denver,
         mi poeta, mi verso, mi diverso. Mi igual a mí, mi distinto a todos. Único y múltiple. Qué hacías lejos, cuando aún nuestras miradas no pensaban en chocar, en encontrarse. Te amo por encima de todo (o por encima del Todo, sea esto lo que fuere). Te amaba ya incluso antes de que te amase. Yo no sabía entonces lo que era el amor. Tú me lo has enseñado no sabiéndolo tampoco, simplemente con ser, con estar ahí, con estar aquí dentro de todos los dentros de mí. Me multiplicas, me divides, me partes por la mitad. Me sumas y me restas, y al final somos tú y yo muchas veces, embellecidos, enriquecidos, completos. Tengo que sujetarme para no ponerme a gritar cómo te quiero. Me pondría a saltar a la comba entre las estrellas, o a jugar a la rayuela con tu nombre en el cielo y en la tierra, con tus manos en mí. Muérdeme, cómeme, devórame, conviérteme en tu luz, mientras te abraso. ¿Ves? Desvarío y deliro y me transfiguro. Mi alma se hace pájaro y palabra. Y tú me cazas al vuelo y me devuelves convertida en escritura.

***
          Lámeme, vísteme de saliva. Bésame sobre los besos que me has puesto hace un instante, no se vayan a secar, a marchitar, a olvidarse. Mi Salomón en todo su esplendor. Ya ves que yo también uso metáforas sagradas. He leído el Cantar de los Cantares. Qué verdad. Qué belleza. Ella soy yo, ella es todas las chicas que aman. Y él eres tú. Mi Rey sin corona, con la única corona ante la que me arrodillo: el laurel de tus palabras hechas de dulce miel para mí.

***
          No dices mi nombre y yo no digo el tuyo tampoco. Hemos empezado jugando así, como no siendo nosotros de verdad, o siéndolo más profunda y esencialmente. Bueno, a veces, cuando hacemos el amor, se me escapa tu hermoso nombre de rey inglés, tú que eres tan francés en todo. En cambio tú dices toda clase de cosas, me nombras con todas las palabras que encuentras, incluso me insultas con las más maravillosas y desconcertantes injurias que no sé cómo conviertes en las más hermosas palabras de amor.

***
            Poeta, Nevers, Nemour, Denver
            Cuando cierro los ojos te veo navegando en un barco
            de papel, uno de esos barquitos que haces con los folios
            que no me escribes. La marca de agua es una torre
            o un galgo, o un jinete con espada encendida,
un barco con las alas desplegadas,
un lebrel en carrera. Mi Poeta,
mi Capitán.


Eduardo Fraile