(¿Iowa? ¿Nevers?)
Había
pasado ya el invierno. Sería como marzo o así,
luego
la primavera que vivimos juntos en el almacén de
Balneario
Ediciones y después los breves días en la
montaña
de Gijón. En el verano ya emprendimos el vuelo
hacia
aquella ciudad de las chicas más guapas del mundo…
¿Cuánto
tiempo viajamos por Estados Unidos? ¿Vivimos
allí
la Navidad del medio Oeste, más fría todavía que
la
de Valladolid? Entonces sí, debimos abrazarnos junto
a
una chimenea cuyos troncos nos recordaban a nuestras encinas.
¿O
quizá fue un sueño? ¿La proyección del deseo aún
vivo
tras el desgarramiento de la separación?
(Nevers)
Mi amor,
Han
pasado los años, las edades, no sé. Quizá fue ayer cuando nos despedimos sin
despedirnos. Un beso que no se sabe el último, porque nace con vocación de ser
sólo el anterior del siguiente… El día que se acaba con la seguridad de que
habrá otro amanecer…
Te
esperé. Primero porque era eso lo que me pedías en tu carta, y luego porque
también era lo único que podía mantenerme con vida. Te busqué. Y cuando ya no
tenía esperanza te seguí buscando dentro de mí, en ese tiempo que hicimos
juntos, que sacamos entre los dos fuera del Tiempo, como un caldero de agua que
izásemos a cuatro manos del pozo de la Luna…
(Iowa)
En el futuro nuestro amor será
recordado. Cuando nosotros no podamos recordar, cuando ya no seamos,
generaciones y generaciones de enamorados se mirarán en nosotros. Lo sé. Lo
sabes. Sabes que lo escribirás para ellos, así que tienes una misión. Quizá te
engañes durante años creyendo que tienes que escribir otras cosas, que serán
dulces y maravillosas. Pero al fin sabrás que tu tema éramos nosotros, y
volverás al principio. Volverás a la Luna, y ya no estará la Luna en la plaza
de la Cruz Verde, sino un agujero profundo como la herida de nuestro corazón. Y
llorarás. Y tus lágrimas crearán un río… bueno, dos ríos, mejor, que se
juntarán enseguida, como dándose la mano como nosotros el primer día que
abandonamos juntos nuestro café…
Eduardo Fraile