sábado, 28 de diciembre de 2019

Última página del cuaderno de Iowa


            Denver, espérame unos días.
Tengo algo que resolver para que todo quede despejado. Voy a ir sola, aunque la fuerza que necesito para hacerlo la he hallado en ti. Volveré pronto. Como mucho tres o cuatro días. Me protegerás mejor desde aquí.
            Tuya siempre,
I.

Eduardo Fraile

sábado, 21 de diciembre de 2019

¿Iowa? ¿Nevers? Nevers Iowa


(¿Iowa? ¿Nevers?)

Había pasado ya el invierno. Sería como marzo o así,
luego la primavera que vivimos juntos en el almacén de
Balneario Ediciones y después los breves días en la
montaña de Gijón. En el verano ya emprendimos el vuelo
hacia aquella ciudad de las chicas más guapas del mundo…
¿Cuánto tiempo viajamos por Estados Unidos? ¿Vivimos
allí la Navidad del medio Oeste, más fría todavía que
la de Valladolid? Entonces sí, debimos abrazarnos junto
a una chimenea cuyos troncos nos recordaban a nuestras encinas.
¿O quizá fue un sueño? ¿La proyección del deseo aún
vivo tras el desgarramiento de la separación?

(Nevers)

            Mi amor,
Han pasado los años, las edades, no sé. Quizá fue ayer cuando nos despedimos sin despedirnos. Un beso que no se sabe el último, porque nace con vocación de ser sólo el anterior del siguiente… El día que se acaba con la seguridad de que habrá otro amanecer…
Te esperé. Primero porque era eso lo que me pedías en tu carta, y luego porque también era lo único que podía mantenerme con vida. Te busqué. Y cuando ya no tenía esperanza te seguí buscando dentro de mí, en ese tiempo que hicimos juntos, que sacamos entre los dos fuera del Tiempo, como un caldero de agua que izásemos a cuatro manos del pozo de la Luna…


(Iowa)

            En el futuro nuestro amor será recordado. Cuando nosotros no podamos recordar, cuando ya no seamos, generaciones y generaciones de enamorados se mirarán en nosotros. Lo sé. Lo sabes. Sabes que lo escribirás para ellos, así que tienes una misión. Quizá te engañes durante años creyendo que tienes que escribir otras cosas, que serán dulces y maravillosas. Pero al fin sabrás que tu tema éramos nosotros, y volverás al principio. Volverás a la Luna, y ya no estará la Luna en la plaza de la Cruz Verde, sino un agujero profundo como la herida de nuestro corazón. Y llorarás. Y tus lágrimas crearán un río… bueno, dos ríos, mejor, que se juntarán enseguida, como dándose la mano como nosotros el primer día que abandonamos juntos nuestro café…

Eduardo Fraile

sábado, 14 de diciembre de 2019

Cuadernos de Iowa/XII


Nevers, Nemours, Denver
Al final tendremos que seguir a Denver, Colorado, a reunirnos allí con la Beat Generation, como Kerouac cuando no se permite parar en Des Moines porque tiene una cita en Denver con ‵los otros‵. Y sí, en Des Moines están las chicas más guapas del mundo, pero su deber, su misión, le lleva por otros caminos, le arranca del placer, por decirlo de alguna manera.
He pensado mucho estos días americanos en que quizá te he desviado de tu ruta. Que te he arrastrado (o que nos hemos dejado arrastrar por un viento de pasión maravilloso pero también cegador), que te he dado la mano y de repente estamos volando por el cielo de un cuadro de Chagall, sobre las torres incendiadas del atardecer… Es cierto, te he sacado de ti (me he sacado de mí) y no sé si a lo mejor te he desviado yo también de eso (sea eso lo que fuere) que tú tienes que hacer. A lo mejor tú tampoco sabes aún —aunque lo intuyes y lo persigues—  qué es eso a lo que estás obligado. Ni si yo entro ahí o no, si soy o no una influencia favorable o más bien una distracción (o una tentación).
No quiero darme argumentos —o dártelos a ti— para que dudemos ahora del nosotros que somos. Pero no dejo de sentirme a veces como secuestradora. Cuanto más te quiero más me pongo a dudar si mi amor no será interesado, y si supiera que supongo una desviación o un obstáculo en tu Obra, y perdón por la mayúscula, ¿te dejaría?, ¿tendría la fuerza sobrehumana que tuvo Jack al cruzar Des Moines sin detenerse… para liberarte de mí?

Eduardo Fraile

sábado, 7 de diciembre de 2019

Causas de la súbita desaparición de Pedro G. Cornejo


            Nunca he sabido el porqué de la desaparición de Pedro. Por qué dejó la ciudad súbitamente, el trabajo de distribuidor de Libros de Enlace y su propia editorial Balneario Escrito. Sé que vendió la casa de Villabáñez… Hubiera podido indagar entre sus más directos conocidos, libreros, amistades comunes, pero algo, no sé, un cierto pudor de ver en él una imagen anticipada de mí mismo en el futuro, quizá, me mantuvo a distancia. Porque bien se echaba de ver que en esa huida había algo íntimo y personal. No era una cuestión de negocios. Y enseguida se me aparecía la figura de su mujer, la presencia femenina misteriosa que habíamos descubierto en las páginas de su primer libro y que nunca llegamos a conocer en persona. Utilizo dolorosamente el plural, bien lo sabe el lector de estas páginas. Nunca la vimos, pero le atribuíamos, le sumábamos el prestigio de lo incógnito a esa belleza oculta tras los muros de piedra de la casa de Villabáñez. Porque tenía que ser guapa, maravillosa, una perla secreta. Su libro de poemas de 1969, En un vértice agudo y penetrante, está dedicado a ella, seguro. Y seguro que ella fue la causa de aquella súbita esquina que tomó (que torció) Pedro para dejarnos a todos cayendo en el hueco de la O. Un brocal de pozo, la sorpresa de unos labios, o la incredulidad.
            Ni siquiera muchos años después, ya en el siglo XXI, cuando me invitó a Zaragoza para una lectura de poemas. Porque estaba igual. A él no se le notaban esos 20 o 25 años que nos habían pasado a todos por encima. Y su gran cordialidad. Como si nos hubiésemos visto la noche anterior en La Luna de Tony, o en El Largo Adiós tomando un gimlet. Pero con ese exquisito cuidado de no pisar minas que podían estallarnos en la cara a los dos. O quizá él diese por sentado que yo sabía lo que seguramente supieron los que eran sus más próximos. O quizá, intuí también, él tampoco supiese qué había sido de mí, de nosotros, y su sentido de la elegancia y la prudencia le mantuviese en ese terreno cómodo del cariño y la aparente superficialidad.
Gracias, amigo.

Eduardo Fraile