Qué sería de Hidalgo,
muchas veces
me
sorprendo preguntándome, y la cosa es que apenas
le
recuerdo, ni siquiera su rostro, un rasgo mínimo,
nada
que nos concierna a los dos, el timbre,
el
tono que adquirían sus palabras
en
el aire de nuestra niñez. Jugaba al fútbol
como
los ángeles. Era el mejor de todos
sin
que cupiera duda, se desplazaba por ese mismo aire
con
elegancia sobrenatural, metía goles
de
la misma manera con que otros sacábamos matrículas de honor…
Quiero
decir que parecía que todo fuera fácil
y
sin esfuerzo en su mundo
de
verdor fresco y porterías de madera
blanqueadas
con la cal con que marcábamos las áreas…
A
él le elegían el primero cuando echábamos a pies,
y
a mí el último. Quizá eso fue lo único
que
nos unió. Él jugaba en el campo
de
hierba y tiza, y yo en el encerado verde
recorrido
por una interminable oración gramatical.
Años
después, esperaba oír su nombre
esbelto
en las alineaciones de los equipos de primera…
era
lo lógico. Pero no. Faltaba Hidalgo
entre
los delanteros del Madrid.
Qué
sería de Hidalgo.
Qué sería de Fraile,
quizá dijera él alguna vez
para
sus adentros, aquel chico tan listo
que
sacaba todos sobresalientes y jugaba de defensa
(y
se sonreiría sin duda), tan fácil de driblar
(nosotros
decíamos regatear) como la luz.
Eduardo Fraile