sábado, 11 de mayo de 2019

La evolución de las especies


       Había un nido de golondrinas en el patio de la Anunciación. Oíamos sus chilliditines al atardecer. Entre las vísperas de las monjitas, las máquinas Heidelberg de Gráficas Andrés Martín y los raids de caza de las golondrinas, aquello era un maravilloso guirigay de sonidos y de traqueteos (el nuestro también). Pero era cuando estábamos así, en las pausas del amor, cuando podíamos escuchar y disfrutar la sinfonía de aquel barrio señorial.
 ─Cazan. Están merendando. Dan pasadas con los picos completamente abiertos y se tragan todos los mosquitos de la tarde. Es cuando más hay.
─También sabes de ornitología. ¡Qué guay!
─Tú eres una pájara del paraíso.
─Oye, eso de pájara… Prefiero dinosaurito.
─Los dinosaurios se convirtieron en pájaros.
─Anda ya.
─Que sí. Esos gorriones pequeñajos que van dando saltitos tras las migas de pan, fueron los grandes dinosaurios del Cretácico. O del Jurásico, no sé.
─Te ríes de mí, maldito.
─Que no, que no. Es lo más maravillosos de la evolución de las especies. Que nosotros vengamos de los primates, pues parece natural. Pero que aquellos seres casi montañosos desearan durante milenios liberarse de su masa y ser gráciles y delgados… ¡Y volar!
─¡Y al fin lo consiguieron! ¡Qué hermoso!
─Sí, puede que no haya nada semejante. En cuanto a la voluntad. Pero la cosa es que estos pajarillos han perdido la conciencia de esa pulsión, de esa vocación que se fue instalando en su ADN. Ellos son. No saben lo que fueron. Nosotros empezamos a saberlo. ¿Fuimos peces que abandonaron el mar? ¿Ángeles que se marcharon del Paraíso?
─Somos un hombre y una mujer que han vuelto a él. O que lo han creado esta tarde, aquí mismo.

Eduardo Fraile

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