Mi señor. Quiero que me comas toda.
No dejes ni un trocito para regenerarme. Ni un dedo meñique del pie. Cómeme
toda. Acábame completamente. Quiero vivir en ti, ser parte de ti para siempre…
Estas cosas pienso cuando me tomas, cuando me vuelves del revés, cuando me
llevas a sitios donde no existe la gravedad, ni la mecánica cuántica, ni el
cálculo infinitesimal… y todos los átomos de mi cuerpo se desintegran y
comienzan a jugar con la luz, y me transporto al pasado y al futuro, a los
planetas que vagan por el universo, a las estrellas…
***
Desde que estamos juntos ya no me
parece fea la ciudad. Hasta las calles llenas de carteles y de suciedad tienen
su encanto. Todo brilla. Todo parece de oro, y es porque lo ilumina el sol de
nuestro amor. Es una luz que viene desde dentro de las cosas. Es como si
nosotros las resucitáramos, las despertáramos de su sueño, bellas durmientes
que llevaban una eternidad olvidadas de sí. Desde que estamos juntos todo canta
en armonía con nuestra voz. Nada disuena, todo marcha al compás de nuestros
corazones. Desde que estamos juntos todo encaja. No sólo tú dentro de mí, o yo
dentro de ti: todo tiene sentido de repente y por eso sé que estoy enamorada
por primera vez.
***
Mi amor:
Te pierdo en el sueño. Y te busco en él sin encontrarte.
El sueño es una gran ciudad, y sé que estás allí, pero las probabilidades de
encontrarte son minúsculas. ¿Qué he de hacer? Vagar incansable por las calles
sin ti o quedarme quieta en un sitio, una plaza, un café, las escalinatas de
una iglesia, o ir a los sitios que sé que frecuentarías, las librerías, las
exposiciones de arte, las tiendas de antigüedades… ¿Dónde estás? ¿Qué haces tú
a tu vez para buscarme? ¿Por qué no nos hemos dado una clave o una contraseña,
por qué no hemos previsto la salida del laberinto? Por ejemplo, quedar a las 12
del mediodía en una catedral, o en el Ayuntamiento, o en el museo más famoso,
tipo El Prado, o El Louvre o la National Gallery, o el Metropolitan… ¿Dónde me
buscarías tú a mí?
***
Mi hermoso rey. Pareces persa o asirio, con tu barba de
oro llena de caracolillos. Me gusta enredarte con mis dedos esas hebras de
azafrán, esos matorrales de la ribera de un río lleno de peces de colores.
Cuando te beso es como si me tumbara desnuda sobre la hierba. Cada brizna me
acaricia, me cosquillea y me hace sonreír. ¿Ves? Ya me tienes abierta para que
tu lengua diga palabras en mi boca.
Eduardo
Fraile
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