sábado, 17 de octubre de 2015

Imagen del otoño



            En la primavera de nuestra edad amamos el otoño. Nos atrae, nos seduce esa cadencia, ese vencimiento natural de las cosas, el hecho de que la vida comience a preparar las maletas. Hay un halo como de anunciada tragedia en el paisaje (es el atardecer de la Naturaleza) del que milagrosamente permanecemos exentos, es decir, espectadores. Tenemos tanta vitalidad, que incluso la visión de la muerte no nos toca, o nos toca sólo líricamente.
            La juventud es épica, la madurez es lírica, la ancianidad es simplemente dramática. Supongo que a lo que se pudre, a lo que cae (incluso con belleza) no le gusta la caída, ni la putrefacción. Y esas imágenes del otoño, con sus hojas por el suelo, como los folios perdidos de un poeta maldito (Verlaine, digamos: les sanglots longs des violons en automme…/ los largos sollozos de los violines en otoño…) no nos harán tanta gracia cuando seamos nosotros el árbol desnudándose.
            Y nos encanta en esa primavera de la vida Vivaldi, sus violines, precisamente, que hieren nuestro corazón con… ¿monótona languidez? No, más bien todo lo contrario, amenizando la fiesta de la vendimia, dionisíacos. El otoño de verdad es Albinoni, y, ciertamente, Beethoven. Ellos sí saben herir donde más duele.
            La caída de los ángeles tuvo que ser un otoño… O no, a lo mejor era ya invierno, con las primeras nevadas…

Eduardo Fraile

3 comentarios:

  1. Querido Eduardo:

    Sigo leyéndote sin falta y con las mismas ganas de siempre. La belleza nunca cansa.

    La caída de los ángeles tuvo que ser en otoño, sin duda.

    Un abrazo desde el campo,

    Manuela

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  3. Querida Manuela: Un honor para mí que seas mi lectora, y un beso.

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