sábado, 7 de diciembre de 2019

Causas de la súbita desaparición de Pedro G. Cornejo


            Nunca he sabido el porqué de la desaparición de Pedro. Por qué dejó la ciudad súbitamente, el trabajo de distribuidor de Libros de Enlace y su propia editorial Balneario Escrito. Sé que vendió la casa de Villabáñez… Hubiera podido indagar entre sus más directos conocidos, libreros, amistades comunes, pero algo, no sé, un cierto pudor de ver en él una imagen anticipada de mí mismo en el futuro, quizá, me mantuvo a distancia. Porque bien se echaba de ver que en esa huida había algo íntimo y personal. No era una cuestión de negocios. Y enseguida se me aparecía la figura de su mujer, la presencia femenina misteriosa que habíamos descubierto en las páginas de su primer libro y que nunca llegamos a conocer en persona. Utilizo dolorosamente el plural, bien lo sabe el lector de estas páginas. Nunca la vimos, pero le atribuíamos, le sumábamos el prestigio de lo incógnito a esa belleza oculta tras los muros de piedra de la casa de Villabáñez. Porque tenía que ser guapa, maravillosa, una perla secreta. Su libro de poemas de 1969, En un vértice agudo y penetrante, está dedicado a ella, seguro. Y seguro que ella fue la causa de aquella súbita esquina que tomó (que torció) Pedro para dejarnos a todos cayendo en el hueco de la O. Un brocal de pozo, la sorpresa de unos labios, o la incredulidad.
            Ni siquiera muchos años después, ya en el siglo XXI, cuando me invitó a Zaragoza para una lectura de poemas. Porque estaba igual. A él no se le notaban esos 20 o 25 años que nos habían pasado a todos por encima. Y su gran cordialidad. Como si nos hubiésemos visto la noche anterior en La Luna de Tony, o en El Largo Adiós tomando un gimlet. Pero con ese exquisito cuidado de no pisar minas que podían estallarnos en la cara a los dos. O quizá él diese por sentado que yo sabía lo que seguramente supieron los que eran sus más próximos. O quizá, intuí también, él tampoco supiese qué había sido de mí, de nosotros, y su sentido de la elegancia y la prudencia le mantuviese en ese terreno cómodo del cariño y la aparente superficialidad.
Gracias, amigo.

Eduardo Fraile

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