Una ola de calidez me invade, como
si el sol entre los cristales del mirador se concentrase en mi espalda, en mi
nuca, y casi tuviera que cambiarme de sitio. Vuelves en esta caricia del sol
con dientes del invierno que viene y que se va. Vuelves como sin querer
queriendo, como si estuvieras ya aquí y sólo hubiese hecho falta mi recuerdo…
—Qué
blanquito está mi amor. Vamos a tener que irnos a que nos dé un poco el aire.
Dile a Tony que a lo mejor nos vendría bien pasar unos días en Asturias, la
casa ésa que te ofreció en la montaña.
—Sí,
él quería que nos fuésemos allí desde el principio, fue Pedro el que dijo que
mejor no movernos todavía, y que ocupáramos este hermoso almacén lleno de
libros…
—¡Pero
nos van a salir sombreros, como a los champiñones!
—Se
lo diré. Es verdad. Ya no hacemos nada aquí. Podemos seguir nuestra luna de
miel en la verde caricia de la montaña. ¿Habrá rebecos, corzos, cabras
montesas, jabalíes?
—Ángeles
llenos de luz para que los cacemos y les invitemos a jugar con nosotros…
—Yo
no he estado nunca en Asturias, patria querida.
—Ni
yo. Oye, pero desde allí echamos a volar, así que vamos a prepararlo todo.
Pasaportes incluidos.
—Ligeros
de equipaje, como Machado, ¿no?
—Mucho,
mucho, no tenemos que llevarnos, pero vamos a pensar. En Francia puedo usar mi
cuenta guay. ¿La cabaña de Tony está en un pueblo o aislada en la montaña?
—Pues
no lo sé muy bien…
—Oye,
no sabemos cuánto tiempo durará nuestro viaje. Habla con tu familia. Yo le he
escrito una carta a mi madre, pero en mi casa ya están acostumbrados a mis
escapadas internacionales.
—Vale,
descuida.
—La
tapadera es mi campaña de modelo en Estado Unidos, que a lo mejor hasta termino
desfilando de verdad de costa a costa…
Eduardo Fraile
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