sábado, 30 de marzo de 2019

En un vértice agudo y penetrante


            En el almacén de Balneario. Las filas de estanterías en paralelo, para ganar espacio, estableciendo pasillos muy estrechos entre ellas. Explorábamos. Nos perseguíamos. Jugábamos al escondite. Nos subíamos por las baldas de mecano, que iban del suelo al techo. Descubríamos.
─Mira, toda esta fila es del primer libro de Pedro. Está jovencísimo en la solapa.
─A ver, a ver.
En un vértice agudo y penetrante. Hmm. Podemos leerlo en la cama.
─Madrid, 1969. Tienes razón, son ejemplares de su primer libro. Qué joven está, casi no se le reconoce sin barba.
─Me va a gustar. Léemelo entre polvo y polvo.
─Te voy a dar yo a ti.
       Yo sólo había leído Épica inversa. Estos poemas casi adolescentes me descubrían a Pedro Gómez Cornejo. Alonso Cordel, el hecho mismo de usar un seudónimo (o atribuírselos a un heterónimo), suponía ya desdoblamiento, encubrimiento, disfraz. Me emocionó mucho tocar su alma, sorprenderla casi de extranjis. Ese libro estaba retirado de la circulación. ¿Se avergonzaba de 
─Casi mejor que no sepa que lo hemos descubierto, no le digas nada.
─Me lo podía firmar. 
─Que no, yo creo que no quiere recordar esa época, por lo que sea.
─¿A lo mejor un amor?
─A lo mejor la respuesta está dentro del libro.
            Porque como todo primer libro de poemas, era una historia de amor. Y allí estaba la respuesta, para quien supiera buscarla. O, más bien, la pregunta. La eterna y primigenia y alboreal pregunta que todos nos hacemos, que se hace a sí mismo el propio lenguaje sin esperar respuesta.
            Recuerdo el poema "Canción de amor a dos voces", tan semejante a lo que hacíamos Iowa y yo entre polvo y polvo. Nos gustó muchísimo este libro. El último poema lo recitábamos alternativamente. Era el que le daba título. Iba enumerando cosas redondas: Los grifos de la noche son redondos, los lapiceros ─¡tus Faber Castell!─ son redondos, las gotas de sangre, etcétera, las pupilas de nuestros ojos…
           Y así íbamos ensanchando el poema con invenciones de nuestra cosecha, hasta que decidíamos rematar a dúo con el acorde final:
Y sin embargo, tu corazón y el mío
   terminan en un vértice agudo y penetrante.

Eduardo Fraile

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