sábado, 9 de marzo de 2019

Cuadernos de Iowa/VII


            Tómame sin miramientos. Saquéame. Despójame. Arrasa conmigo. Que no quede piedra sobre piedra de mí. Quiero ser una ciudad devastada, incendiada como Troya. Házmelo siete veces y sepúltame una vez sobre otra, como las siete ciudades que los arqueólogos van desenterrando. Incluso entonces seguiré diciendo tu nombre…

***

              ¿A que no sabes lo que he soñado?
            Ibas por el borde de un río, que luego no era un río, sino un precipicio o un acantilado, o un cañón. A lo mejor el río iba allí abajo sorteando las piedras, apenas un hilillo de plata o una lagartija verde. Y yo te seguía llamándote, pero tú no me oías por el ruido del agua, como de cascada o de torrente, que no cuadraba mucho con el caudal que se arrastraba allí abajo, y yo tenía miedo no te fueras a caer por las paredes de roca viva, como de pedernal. Gritaba tu nombre y te decía, espérame, espérame, y al final te volvías y mirabas donde debía estar yo, pero no me veías. Y me he echado a llorar con esta angustia de ser invisible e inaudible, y de no poder llegar hasta ti.

***
            Tus manos. Manos de pianista, de mago, manos femeninas y viriles a la vez, hechas para acariciarme. Yo soy el instrumento que tocas. Yo soy tu máquina de escribir. Yo soy tu máquina de tener orgasmos y proporcionártelos a ti. Yo soy tu máquina de follar. Y tus manos me activan, me encienden, me ponen a mil. Cómo lo haces, cómo tocas de bien. Mi piel te reconoce, y a través de ella todas las células de mi cuerpo se ponen a trabajar para ti, que las tienes a tu merced. Por eso tengo esta sensación de no dominar mi cuerpo, sino que él actúa por su cuenta. Por eso es tuyo en el sentido literal. Me tocas y mi centro de gravedad, incluso, cambia. Ya no me sostienen las piernas y tienes que cogerme en tus brazos, y depositarme sobre la cama y hacerme todas esas cosas que me haces para convertirme en música, en palabras que no había dicho nunca antes, en oleaje voluptuoso, en placer desgarrador, en grito.

Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario