Ningún
año como éste, ningún junio tan ellas,
ninguna
vez tan íntima, tan desatinadamente alegres
cuando
me ven, cuando vuelvo
de
la ciudad, al irme,
al
cerrar, al abrir la puerta con la llave
grande,
de forja, de herrero, el señor Pablo
quizá,
cuya fragua lindaba con la casa de la abuela
Evarista,
el eterno verano de nuestra niñez…
Ningún
junio tan ellas saludándome,
diciendo
adiós, exultantes, perdidas cada vez
en
los revoloteos del profundo dolor
del
gozo sin medida…
Ningún
junio tan ellas,
ningún
ellas tan yo.
Eduardo Fraile
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