sábado, 4 de junio de 2016

Dámaso Alonso

          Pienso en Dámaso Alonso, enorme poeta en sus ensayos sobre la poesía de los demás, y mucho más pequeño en la suya propia, como acobardándose quizá ante aquellas cumbres que estudiaba, que escalaba, llenándose los pulmones del aire más puro, aire con cristales de hielo de los neveros del Guadarrama, o de su jardincillo en Chamartín de la Rosa, que entonces era un pueblecito abierto al viento norte de Madrid.
         San Juan de la Cruz, Góngora, Garcilaso, Fray Luis, Lope de Vega, Quevedo… ¿Cómo alguien que vuela tan alto con alas tomadas en préstamo, cómo alguien que nos hace ver la luz en las recónditas oscuridades gongorinas no se eleva en sus títulos de poeta, no brilla como en su prosa entusiasmada?
          Encuentro por 1 euro "La poesía de San Juan de la Cruz (desde esta ladera)", Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Antonio de Nebrija, Madrid, 1942. Desde esta ladera, acota el mejor de nuestros críticos, de nuestros estudiosos. Desde este lado humano, tan pobre que forzosamente ha de estrellarse contra el muro ingente, con la puerta cerrada que sella el prodigio intangible de lo poético, infinitamente más cerrada aquí e impenetrable, pues no son sino operaciones divinas lo que se encierra detrás.
        "Nos queda la nostalgia ¡Desoladora nostalgia del que quiere entrever los prados altos y ocultos! Desde la ladera del otero, mientras en el fondo del valle las monstruosas fuerzas del odio se afanan en la destrucción, ¡qué deseo de volvernos al amor que salva y, con San Juan de la Cruz, abandonar nuestro cuidado entre las rosas, entre las azucenas!"


Eduardo Fraile

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