La primavera era una cosa que traían
las golondrinas en sus alas, o que quizá ya estaba aquí, pero con su regreso
ellas le daban carta de naturaleza. Posiblemente los brotes de los rosales y
las yemas de los almendros y los manzanos algo quisieran decir desde finales de
febrero, esos días ya de más calor, de la tierra esponjándose, olorosa y
populosa de lombrices, y no digamos el bordoneo de los moscardones y las abejas
en misión de reconocimiento…
Pero la cosa es que de repente las
golondrinas, que no estaban desde primeros de septiembre, recomenzaban sus idas
y venidas al río para hacer esas pequeñas pellas arcillosas con que reconstruir
los nidos… Porque el invierno, excepcionalmente húmedo, había dado al traste
con casi todos, que se habían venido debajo de las vigas de madera de las
cuadras, muy carcomidas ya…
Eduardo Fraile
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