Marina, te echo de menos.
Ha bajado muchísimo la calidad del
Café (la calidez del Café) desde que
ya no vienes. Sé que acabaste los estudios en la Escuela de Arte, y ahora no
quiero preguntar por ti. Supongo que no me costaría demasiado saber. Pero prefiero que las cosas
sucedan (y aquí ‘suceder’ es un verbo casi milagroso) de manera natural,
orbital, sideral… No se pueden forzar las órbitas de los cuerpos celestes, y tú
eras uno de ellos, sin que el Universo se resienta. Es decir, sí se puede, pero
hemos de hacernos responsables del caos. Cuántas veces no habremos infringido
las leyes de la no-intervención. Y cuántos desastres no habremos provocado inconscientemente. Y cuánto dolor
(propio y ajeno), cuyo eco aún ha de llegar como esos choques interestelares
que se producen a miles de millones de años luz…
Vengo cada mañana, y mi oración, mi
verso, mi comunión con la totalidad es comprobar tu ausencia, y disfrutar de tu
recuerdo, y de que las cosas sean como tienen que ser. Y mientras tomo mi café
un maravilloso sentimiento de gratitud me invade… y de alguna manera que no
sabría explicar me disuelvo en tu belleza de una forma más completa que la que
podría producirse, digamos, según las leyes de la mecánica cuántica del amor,
del deseo, de lo que sabemos, de lo que ignoramos aún…
Y entonces es cuando se abre la
puerta de mi corazón, y apareces.
Eduardo Fraile
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