… entre Sophie Marçeau y Charlotte
Gainsbourg, tu delgadez (y tu delicadeza), tus alas plegadas bajo los
omóplatos, o las escápulas, y tu mirada que abría la puerta de lo maravilloso,
esa leve elevación de la pupila derecha que hacía de tu sola mirada el más
potente y perturbador afrodisíaco.
─Tú
no me quieres, sólo me utilizas como un objeto sexual.
Y lo decías como asustada de los
efectos que provocabas en mí (que provocabas en nosotros), y lo decías entre
risas, entre chapoteos de charcos de paraíso que unos niños pisoteaban con
katiuskas. Y lo decías otras veces tan seria, como reconcentrada, como
intentando recordar y arribar a las riberas de una existencia anterior…
Un día habría de llegar en que yo no
pudiera recordarte en tus fotos (quizá más adelante sí pudiera volver a
mirarlas, a mirarte a los ojos ─a ese ojo que soñaba conmigo─ de nuevo), y te
recobraba quizá en alguna película de esas actrices que se te parecían, que
iban pareciéndosete más y más hasta casi borrar tu rostro de mi corazón.
Hasta esta tarde, en un autobús, en
que he vuelto a sentir sobre mí ese poder (esa pupila que se eleva levísima,
levitando un milímetro más alta, más lejana, como recordando qué, como
queriendo reconocer esa otra atención excesiva ─la mía─ que te va desnudando de
ti, de la que eras entonces, de quien eras cuando aún no eras tú…), y he sabido
con total seguridad que tuviste una hija, que más o menos sumará la misma edad
de este siglo, y …
Eduardo Fraile
No hay comentarios:
Publicar un comentario