Santo Tomico, el día más
pequeñico, oigo tu voz
pespunteando
en la luz, la poca luz sedente,
claudicante,
capitulante ya, casi yacente,
la
luz yéndose a acostar, a ponerse el pijama
de
invisibilidad. Y entonces dejabas la labor,
repasar
unas medias, unos calcetines,
o
el mínimo bordado de un pañuelo con unas iniciales
sobre
las que un día lloraré. Y por los Reyes
el paso de los bueyes,
qué bella lentitud
de
la reja del arado de la y griega
hendiendo
la corteza del firmamento celeste…
¿Qué
significaba ese refrán? ¿Que a partir de los Reyes,
lentamente,
al paso pedregoso de las yuntas de bueyes,
irían
ensanchando poco a poco los días?
Y
en momentos así, cuando parece que hay una sonrisa
que
dura más en su mirada hacia el ocaso,
susurras
tras de mí, como una brisa cálida
llena
de aroma a salvia y a tomillo y romero:
Ya se van conociendo los
días…
Eduardo Fraile