sábado, 24 de mayo de 2014

Plinio en Nigeria (Inédito en papel)



Parece que los americanos escudriñan con sus satélites espías y sus aviones Awacs el perímetro nigeriano en busca de las 200 niñas cristianas secuestradas por el grupo yihadista Boko Haram. Los ingleses y los franceses también han ofrecido sus servicios al gobierno de ese país para liberar a unos ángeles oscuros de la mano más negra aún de la barbarie. Quizá cuando pedíamos para el Domund con nuestras huchas durante aquellos años franquistas de la infancia era para estas niñas, o sus madres tal vez, para quienes pedíamos. Y los misioneros iban allí a llevarles libros, lápices y gomas de borrar.
Esas niñas que ahora vemos por la televisión cubiertas por velos (sus captores dicen que se han convertido al Islam), esas niñas a las que han arrebatado de sus clases, de sus lecciones de cosas, de sus tablas de multiplicar, esas niñas cuyo pecado ha sido ése: querer aprender, prendidas por el fanatismo, por la ignorancia, por la intolerancia…
Y nosotros también hemos querido contribuir a su liberación, sólo faltaba, a su rescate, y hemos ofrecido al gobierno de Nigeria nuestro magro concurso: 5 inspectores de la Policía Nacional. Parece poca cosa, pero cada cual da lo que puede, y más da quien da lo que le haría falta que quien da lo que le sobra. Son parábolas evangélicas, quizá las mismas que han escuchado los oídos virginales de estas niñas. Y allá van, o habrán ido, o estarán sacando billete para ir nuestros inspectores, en busca de pistas, rastros, qué sé yo, a lo mejor las encuentran vivas en una de las cuevas de Alí Babá.
Parece cosa de chiste y no lo es, pero me enternece pensar que hemos enviado a Plinio y Don Lotario a resolver un caso que excede con mucho de sus parcos recursos… Y en el mundo de hoy, que ellos no vieron porque Francisco García Pavón no pudo arribar a las costas del siglo XXI, donde la información se genera y se transmite por caminos en verdad inescrutables, me inclino a sospechar que quizá ellos, que quizá nuestros inspectores, mucho mejor que los americanos, los franceses y los ingleses, las encontrarían…


                                                         Eduardo Fraile

jueves, 15 de mayo de 2014

«Esfuciar» (sábado, 3 de mayo de 2014)



           Decíamos ayer del aire glauco y oloroso de Valverde del Camino, aquellos meses en que pude haber sido feliz. Nadie es feliz en el presente, sino en el clausurado con espada de fuego, inexpugnable e irrecuperable pasado. Decíamos la luz alta y quizá rozando la escuadra del deslumbramiento, esa sorpresa de la luz, y algo que no dijimos y quiero decir hoy al recordar mi primera inmersión en ese maravilloso confín del sudoeste, donde los ríos son rojos y el lenguaje acogedor y acariciador y, a veces, también, incomprensible.
            Allí conocí lo que eran Ventas (donde Don Quijote viera siempre castillos) mucho mejor que en la Mancha, y esos cortijos diseminados por los olivares donde se podía desayunar tostadas que uno mismo doraba al fuego, o comer migas o caldereta de cabrito. Y allí aprendí a oír el andaluz, el habla andaluza de esa parte de Huelva, que es muy diferente de la sevillana o de la gaditana, o de la malacitana o de la jienense o de la granadina…
            Y por ponerles un ejemplo, yo ya iba deduciendo mis hallazgos, mis etimologías, acostumbrando el oído a aquella música profunda y espectacular, pero había un verbo sospechoso que se me escapaba, inasible como las truchas de cobre del Tinto y del Odiel. Y era el verbo ‘esfuciar’ o ‘exfuciar’, a saber, ellos lo pronunciaban muy enfáticos: effuciá, y como con hondo alivio, casi rozando el larguero del orgasmo, con lo que llegué a pensar seriamente en placeres, o en cosas deseadas y alcanzadas, o en deberes cumplidos.
            ¿Y qué significa eso de esfuciar, que os oigo decir tanto?
Le pregunté a uno de los zapateros artesanales que se hicieron famosos cuando los progres decidieron incluir en su uniforme los botos camperos.
Muy sencillo —me contestó Juan de Mena, catedrático y tajante, exacto como sus puntadas en el cuero de Aracena—: cuando tienes un arguero y lo aquellas, pues esfucias.
           
                                                               Eduardo Fraile