(Iowa & Nevers/ Balneario)
—Dejaré
en alguno de los libros de Pedro un mensaje de gratitud.
—Y
yo de gatitud.
—Tú
no. Lo voy a escribir yo para él. No sólo por cobijarnos, sino por su
delicadeza para conmigo.
—¿…?
—No
quiere que se le note que le gusto. Por ti. Por mí. Por eso viene tan poco, por
eso es tan elegante ignorándome.
—Ya
no quedan caballeros como él.
—Él
no es un caballero. Es un ángel. Como Tony. También él es un ángel. Pero Pedro
ve en mí cosas que no se puede permitir que se le note haberlas visto. Por
delicadeza.
—Estamos
rodeados de amor y de cortesanía. Qué les das, qué les das…
—Quizá
no lo verá nunca. Quizá dentro de muchos años, cuando no me recuerde ya.
—Eso
va a ser difícil. Lo de no recordarte. Ni siquiera sabe tu nombre y no te
olvidará.
—¿Te
das cuenta de que nos estamos despidiendo de este lugar?
—Me
doy, me doy.
—Quiero
llevarlo siempre conmigo. El patio, las columnas, nuestro escondite de los
libros. Los libros son las alas de los ángeles.
—Los libros son las alas de los ángeles.
Qué metáfora, tú.
—Tú
eres mi ángel con alas de libro. El libro donde están escritas estas palabras.
—Soy
tu ángel. Eres mi libro.
—Somos
sólo palabras.
—Las
palabras son soledad.
—Entonces
seamos silencio.
—I…
—N…
Eduardo Fraile