sábado, 19 de octubre de 2019

Cuadernos de Iowa/X


            Nevers, Nevers, Nevers… Me vuelves del revés, me das la vuelta como a una media, ya no sé de qué lado tengo las costuras. O si las tengo. O si ya estoy toda dada de sí, toda dada de mí. A veces creo que me voy a romper, y grito y luego ya regreso, tampoco sé si entera o en trozos, en cachitos de cristales de vidriera de catedral. Añicos de pétalos del rosetón de un templo. Tras la explosión que provocas en mi interior todo salta por los aires y la onda expansiva te separa de mí, aunque permanezcamos abrazados. Por eso no quiero que me sueltes. No sabría volver. Como un globo que se pierde en el aire, y sube y sube y…

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            No sé si los ángeles existen, o si son la metáfora de algo que somos o está en nuestro interior y que nosotros sacamos al exterior y lo hacemos ajeno. Veo lo angelical de ti, aunque angelical no te pega. Mejor angelitud. Veo tu angelitud, como veo tu gatitud. Y veo también las alas que hay en cada cosa. Esa pulsión hacia lo sobrenatural. Y tú me llamas ángel a mí porque ves en mí lo que ya tienes en ti. De cualquier modo somos hermanos gemelos. Eres mi yo masculino como yo soy tu yo femenino. No me entiendo ahora sin ti. No sabría ser yo sola otra vez. Bueno, no querría. Después de haber conocido esto, no.

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            Me pongo a hacer variaciones con tu nombre cuando no estás, cuando pienso en ti deseándote porque quiero que llegues ya, Nevers, Versen, Resven, Senver, qué sé yo, del derecho y del revés, cambiando letras, sílabas, basándote en las uves, mordisqueándote y ronroneando en las erres… Y de repente Denver, esa D de dedo, de divinidad, de deber, de dar, de devolverte todo el placer, de media luna creciente, como nos enseñaban en el colegio de las monjas: cuando la Luna tiene forma de C es luna menguante, y cuando hace una D, por el contrario, es creciente…

Eduardo Fraile

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