Voy a casas donde estuve una vez,
una noche (en un sueño, quizá), pero nadie abre la puerta, o si la abren no
saben, no recuerdan a aquella por quien pregunto (a veces, sin estar seguro del
todo de su nombre yo mismo). Pero la nitidez de las ráfagas de un tiempo
compartido cada vez es mayor, cada vez nos alcanza más adentro ese pasado que
regresa haciéndose presente de nuevo. No hace falta pasar, reconocer las
estancias, la luz anaranjada del atardecer que penetra por las persianas de
madera y escribe unas palabras sobre la pared, mientras descansamos del amor,
extenuados. Ya está. Cerrar los ojos, irse al futuro que entonces no
imaginábamos por separado, y seguir adelante, avanzando y retrocediendo,
entrando y saliendo por puertas que dan a otras ciudades, a otros cuerpos, a
otras vidas vividas, por vivir…
Eduardo Fraile
No hay comentarios:
Publicar un comentario