sábado, 15 de septiembre de 2018

USA & Us


           
        Jugábamos a los Estados de la Unión. En esas pausas maravillosas en que exhaustos y felices casi no teníamos fuerzas ni para hablar. Habíamos planeado nuestro viaje a Des Moines, en el estado de Iowa, y lo primero fue buscar un mapa grande de los Estados Unidos. En la editorial de Pedro no había nada parecido ¿Yankilandia? ─decía él─ ¿Y qué se os ha perdido a vosotros allí? Total, que acabó trayéndonos un hermoso y enorme mapa de América del Norte, de aquellos que colgaban en las clases de nuestra niñez. Ni le preguntamos de dónde lo había sacado, a lo mejor se lo pidió a las monjas vecinas del Colegio de la Enseñanza. O a las del Niño Jesús, más abajo, en la confluencia con la calle Duque de Lerma.
        Al principio la cosa consistía en escribir cada uno en una hoja la mayor cantidad de Estado posibles, pero siempre ganaba yo, que tengo memoria fotográfica. Y luego, porque también era un rollo escribir en la cama, íbamos diciendo alternativamente en voz alta Estados limítrofes. Por ejemplo, ella decía: California, y yo tenía que seguir con alguno que limitase con California, como Nevada o Arizona, y así. Total, que acabamos sabiéndonos al dedillo el mapa, incluso la parte difícil de Nueva Inglaterra, donde están ahí todos juntos un montón; Nueva York, New Jersey, Rhode Island, Vermont, Maryland, Delaware, Massachusetts, Connecticut, New Hampshire, Maine, Pennsylvania…
          O las capitales. Acabamos sabiéndonoslas todas. Iowa, capital Des Moines. Texas, capital Austin (no Dallas o Houston o San Antonio). California, capital (¿Los Ángeles?, ¿San Francisco?, ¿Cuál?):
─¡Sacramento!
Bueno, ahí no vamos a llegar ─decía ella proféticamente─ nos quedaremos en Des Moines, a Hollywood sólo van los horteras.
Por cierto, que la primera vez que oí el juego de palabras California/fornicación, Californicación, lo dijo Iowa. Varias décadas después vi una película (o, bueno, no la vi) que se titulaba Californication. Se me vino a los ojos todo el mar, qué mar, aquel océano que habíamos atravesado juntos en un pájaro de fuego. Y volví a oír su voz desperezándose, ronroneante y gatuna, maravillosamente insinuante:
─¿Californicamos otra vez?

Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario