sábado, 8 de septiembre de 2018

Plinio al sol


            Hay libros luminosos, que llevan en sí el fulgor del verano, con olor a trigo candeal, a sábanas secadas al sol. Siempre es verano en el Quijote, siempre está el sol alto destellando en las armas, y para un día que cae una tormenta es en la aventura del yelmo de Mambrino, y la bacía de azófar brilla con autoridad, con luz propia, diríamos. Otros libros nos traen entre sus páginas, como flores dejadas allí, el oro de los días estivales en que fueron escritos. Hay autores que escriben en verano, o que les salen mejor los libros en esos días que, aunque se sea mayor, siempre somos niños.
            Me detengo hoy en las novelas de Plinio, de Francisco García Pavón. Veo a García Pavón a través de los ojos de otros, como Francisco Umbral. Le veo en el Café Gijón durante muchos meses, tardes interminables del invierno en Madrid. Sus clases en la escuela de teatro, no sé. Su rutina ciudadana, su cotidianidad. Su familia. Pero llega el verano y regresa a ese paraíso de la infancia: en su caso Tomelloso, un lugar de La Mancha que para la Literatura es el territorio de Plinio, ese otro Quijote al servicio de la ley y la justicia un poco más prosaico y menos idealista que el Caballero de la Triste Figura, pero que se alza y se mueve como personaje de creación también a elevadas regiones del espíritu y del Arte.
         Y su creador se lleva al veraneo un mazo de cuartillas para escribir una aventura más del jefe de la policía municipal de Tomelloso. El lector casi ha de empezar a leer por la última página, donde fecha y firma su obra en esos días estivales, que en la acción de las novelas suele dilatarse hasta principios del otoño y la vendimia. Es como si cada libro de Plinio se hiciese también como el racimo en las vides: gestándose en silencio y en secreto durante el invierno y eclosionando con los días de alto sol y luz interminable, para madurar, ya quizá de vuelta en Madrid, esos días dorados y fundamentales de la tierra vinícola.
            Las novelas de Plinio son una gran veta de oro macizo en nuestra Literatura. Gozaron del favor del público y luego fueron cayendo en el olvido, hacia finales del siglo XX. Hoy, pese a iniciativas de admirables editores, la estrella de nuestro quijote de Tomelloso no parece remontar. Pero esto no es achacable a Francisco García Pavón, un autor que llevó el éxito con humildad, como sin enterarse, como si nada de eso fuese con él, y que sobrelleva la posteridad de la misma manera. Ese elegante escepticismo de su personaje, esa viril emoción contenida, esa grandeza y amplitud de espíritu… como los horizontes sin fin que van cayendo hacia las sierras del Sur, son su retrato. Y estas páginas llenas para siempre de sol, sonriéndonos, su regalo.

Eduardo Fraile

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