sábado, 21 de julio de 2018

Mi pequeño dinosaurio


            Mi pequeño dinosaurio. Tu columna vertebral te delata, tan pronunciada, tan silabeada (sílaba viene, sílaba va). Tan ensalivada. Podría saltar de pico en pico sin caerme al agua, sin caerme al abismo de ti, al foso sin puente levadiza. Me gusta más así, decir la puente levadiza, como antes, como aún en los pueblos, las puentes, la puente. Islas donde perderse Ulises en el regreso a Ítaca, en el retorno a ti. Tienes un teclado de piano en la espalda. Toco, pulso, hundo mis dedos sacándote los mejores acordes. O como más te gusta a ti: recorrer de arriba a abajo todas las teclas a dos manos, desde la nota más grave hasta el grito final.

***
            Mi ángel dorado, toda tu piel fulge en la oscuridad. No necesito lámparas. Tu cuerpo emite luz, como si estuvieras recubierta de filamentos de oro. Una luz interior que se comunicara, que se manifestara a través del finísimo vello que te da calidez de pájaro, ingravidez de ave. Levitas sobre las sábanas, no pesas, eres inmune a la Ley de la Gravitación Universal.
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            Mi pequeño dinosaurio:
            Cuando me desperté, todavía estabas aquí conmigo conmiguito. Te acaricié el teclado de tu columna en escalera y comenzaste a ronronear, dinosauro/gata desperezándose, estirándose de esa manera maravillosa y peligrosa, como si te fueras a romper. Clac. Y algo crujía, craquelaba, alguna articulación se desarticulaba emitiendo un quejido, no, más que un quejido una corroboración de exactitud, de ingreso en la realidad, pero una realidad también gozosa, nunca onerosa o quejumbrosa. Luminosa con la luz que entra por la ventana con la cortina medio descorrida, iluminada por tu sonrisa que va creciendo como un amanecer. Ay. Sólo faltan los pájaros, pero están ahí, en el árbol de tu voz que regresa de las provincias recónditas del sueño.
            ─Nevers, estás ahí.
          Ya no mi nombre, que no has dicho jamás. Yo no poeta, o mi poeta. Tu nombre para mí, para que yo también te diga Imán, o Iowa, o mi pequeño dinosaurio, porque este tiempo que hacemos los dos juntos (hacer el amor/ hacer el tiempo) necesita de nuestro nuevos yoes para ser vivido. Y donde ellos se aman no es el sueño, o la ficción, sino la verdadera y efectiva realidad. El aire que respiramos.

Eduardo Fraile

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