sábado, 14 de julio de 2018

El concierto


         La música de La Luna. Las mañanas eran parisinas, melódicas, melancólicas, y ya desde la apertura, que solía ser sobre las 11, con ese desgarro de la voz de Édith Piaff. Parisinas de Brassens, de Jacques Brel, de Gainsbourg, de Moustaki, que era griego y vestía siempre de blanco, como el pintor Jesús Capa en los veranos de nuestra ciudad. Georges Moustaki. Se avecinaba un concierto suyo en Valladolid, en el polideportivo Huerta del Rey, y ya se vendían las entradas en La Luna. Había que ir. Se iba animando el ambiente desde los periódicos y la rumorología del boca a boca: que si había pedido tal o cual cosa en el contrato, que si una habitación toda blanca en el hotel Olid Meliá, o que si cobraba tanto o cuanto dinero de cachet. Vaya, pues ya borboteaba y bullía la cosa hacia la plena efervescencia, y el personal estaba muy por la labor. Qué tío, el Moustaki. Tocaba la fibra de nuestros amores, de nuestras chicas, las hacía vibrar, y a nosotros nos gustaba también, pero esto de que ellas babeasen por él hacía que fuésemos un poquitín más reticentes.
        Con su barbita canosa y su melenita canosa. Pero nos sabíamos de memoria todas sus canciones. Incluso alguna con versos de nuestra propia cosecha, Nathalie, Nathalie. Iowa y yo cantábamos muchas de esas canciones en nuestro refugio. Nuestras voces mezclaban bien, se perseguían juntas como delfines. Eran la misma voz desdoblada, duplicada, replicada, que se hablaba a sí misma, que se decía cosas, o que las descubría al decírselas. Nos podríamos haber dedicado a la canción también nosotros, pero lo suyo iba a ser más ser modelo y lo mío callar en las palabras, la música interior de las palabras no dichas, cómo resonaban dentro del corazón.
            ─Pero el tío ese irá, ¿no?
            ─Es posible. Va a ser mejor que vayas al concierto tú solo.
            ─Que no, a mí me da igual ir o no ir, si tú no vienes.
            ─Vaya mierda. Ya veremos a Moustaki en París, en el Olympia, o donde sea.
            ─A ver qué pasa hasta ese día…
          Pedro tenía un tocata muy bueno allí mismo y muchos discos de jazz, pero nada del griego ése de los cojones (en expresión del propio Cordel). A mí no me la da ese pavo. Si queréis algo bueno de verdad, ahí tenéis a Leonard Cohen.

Eduardo Fraile

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