sábado, 8 de julio de 2017

Los dos como para en uno

         Con esta maravillosa expresión, que sale mucho en el Quijote, se significa lo que hoy llamaríamos hacer buena pareja. Los dos como para ser uno, para ser fundidos en uno, convertidos en uno en adelante. Hechos el uno para el otro, pero con mayor profundidad si cabe: hechos los dos para ser uno, para juntarse con tal fuerza que de esa unión (unión, la palabra lo dice) resulte un solo ser indisoluble.
            Ay la indisolubilidad, palabra hermosa y dulcísima (parece que se nos hace la boca en agua) y a la vez durísima y terrible. Mientras dura el amor, la flor efímera del amor, todo anda acompasado en el fluir del universo, y dos corazones laten al unísono, con unanimidad (con una sola ánima). Pero pasará ese milagro, que atenta contra la naturaleza, y volverá la dualidad, y la unicidad no será la de dos almas que se convierten en una. Y ya no nos parecerán los dos como para en uno, sino como para en dos.
       Escribo estas palabras bajo la mirada atenta de las golondrinas, quietas y calladas (en su silencio elocuente) sobre las ramas del almendro. Entre las sorprendentes coreografías con que me obsequian, la que prefiero es el baile (a velocidad inmensurable) de una pareja en exhibición acrobática. Juntas en quiebros, picados, frenazos, loopings, sprints… como si fuesen una y no dos…
         Quizá nosotros también hayamos hecho esa figura en nuestros grandes amores. Cosas que no se pueden ensayar y que suceden porque parecerían escritas en las líneas del destino, en esos borratajos incomprensibles y delirantes que luego se revelan como rosas serenas de eternidad.


Eduardo Fraile

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