sábado, 24 de septiembre de 2016

La escala

I
Luego, tras esos días de silencio espesísimo
(de hueco, de orfandad, de vaciamiento, de desposesión)
posteriores a la partida de las golondrinas,
había una mañana o una tarde un susto
del aire, un vuelco al corazón, un repentino
y familiar dicharacheo de chilliditines…
Y la alegría nos ahogaba (o nos embargaba)
de nuevo… Habían regresado,
¿por qué razón? Y le dábamos vueltas esa noche
o esas dos noches en que volvían a tomar posesión de sus nidos.
¿O quizá ya eran otras golondrinas más septentrionales
que hacían un pequeño descanso en Castrodeza
para reponer fuerzas?

II
Y era lo más probable, de Inglaterra, quizá
procederían, y hacían noche en unos nidos castellanos,
de adobe candeal, antes de sumirse por el embudo del estrecho
de Gibraltar que las vaciaría en los confines de Sudáfrica:
en el estrecho de Magallanes.
Porque no contestaban a nuestros reclamos
apenas, como atareadas y embebidas en su insensata misión,
reconcentradas y económicas,
viajeras
en ruta hacia una nueva primavera…


Eduardo Fraile

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