sábado, 23 de abril de 2016

La Ciudad Deportiva II

La otra Ciudad Deportiva, era la del Real Madrid.
El pabellón de baloncesto, donde tantos partidos hemos visto
por TV, lo conocí yo con mis poquísimos años (quizá 3) y no por ningún  
                                                                          [acontecimiento deportivo
sino religioso. Mi padre
me llevó un domingo por la mañana a una misa
allí. No era una iglesia, esto era lo que me llamó la atención,
como la de nuestro barrio, sino una pista de parqué
con gradas y un techo como con estructura de mecanotubo:
vigas de las que pendían focos y banderolas acabadas en punta.
Y todo lleno de hombres, no vi ninguna mujer,
vestidos con trajes oscuros y con corbatas negras,
como mi padre cuando iba a la oficina
a Lacta, en la callé Alcalá.
                                           (Hago aquí una excursión,
un inciso con olor a amoniaco, de cuando mi madre
limpiaba esas americanas en nuestra cocina:
con la puerta cerrada y las ventanas abiertas
y un pañuelo tapándole la boca y la nariz, como los malos
en las películas del Oeste.)
¿Qué significaba aquella reunión de hombres solos
en una iglesia laica, como un ejército de ejecutivos
de Dios? Mi padre no me dijo nada, ni siquiera al salir
después al sol alto de la Castellana. Volvimos en silencio
a casa, en el metro hasta la parada de García Noblejas
y luego ya hasta San Telesforo
10, 2º izquierda, a pie, donde mi madre nos esperaba con una paella
hecha con azafrán verdadero, que nos regalaba un vecino
de la Mancha, aquellas hebras
cobrizas, casi santas, que contenían el secreto de todo…
y de postre flan.


Eduardo Fraile

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