sábado, 26 de septiembre de 2015

Las Ferias



Ya era terrible volver a la ciudad, dejar los bordes
del Paraíso (custodiado por la espada de fuego de unos ángeles
insobornables…) para que encima coincidiera con las Ferias y fiestas
de San Mateo. El nuevo curso
comenzaba, con sus libros nuevos olorosos de tinta,
sólo por las mañanas. Por las tardes
se supone que teníamos que ir a montarnos en los caballitos
de La Rubia. No sé qué cosa era peor.
Sin duda ir a las Ferias, sumirnos en un pozo
de supuesta alegría (del que intentaban en vano sacar agua la Noria
y los carruseles) y fingir que aquello nos gustaba
para engañar a nuestros padres. Cómo íbamos a decirles
que una angustia impropia de nuestra poca edad nos oprimía el corazón.
Y llorábamos
en los giros infernales de las atracciones
del recinto ferial. En la montaña rusa.
En los coches de choque. Menos mal que nunca nos llevaron al circo.
Y quizá en eso consistiera el secreto
de hacerse mayor. Quizá algún día
pudiéramos acariciar ese dolor como a un cachorro dócil
que nos lamiese las manos. Domar al potro
incandescente de la sangre. El tiempo
iría acomodándose quizás a la cadencia
de nuestro pulso, pero hasta entonces…
quizá no nos quedase otro remedio
que morir.

Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario