─Cuando
seas famoso ya no me querrás.
─Qué
dices. Yo también te prohíbo que digas tintorerías.
─Yo
digo droguerías y greguerías de Gómez de la Serna.
─A
ver, a ver, que aquí el madrileño soy yo. Ya sabes que la greguería nace en el
Rastro.
─Qué
ganas me dan de ir contigo. Podríamos escaparnos el domingo que viene. Vamos en
el primer tren y volvemos en el último.
─Y
nos traemos una maleta llena de jitanjáforas.
─Qué
es jitanjáfora, mi señor.
─Jitanjáfora
eres tú.
─Ah,
no, yo soy tu lectriz, tu meretriz, tu bisectriz…
─¡Ah!
─Me
puedes vender por una máquina de escribir Smith Corona. O, si eso, me cambias
por una Lolita de Nabokov.
─Tú
vales por lo menos un Quijote de Ibarra, o un Thomas Gainsborough.
─¿Un
quién?
─Creo
que sólo él podría reflejar tu belleza. Pintor inglés del XVIII. Aunque
cualquier anticuario te llevaría a Sotheby's o Christie's…
─¿Cómo
hemos llegado a esto?
─¿Al
mercado de las subastas internacionales de Arte?
─¿Pero
no ibas a prohibirme las destilerías y las gasolinerías?
─Y
las metáforas y las canéforas… Las
púberes canéforas que ofrendan el acanto…
***
─I.
─Qué,
mi señor.
─Vamos
a hacerlo.
─¡Pero
si lo acabamos de hacer!
─Lo
de ir a Madrid, al Rastro, el domingo.
─¡Sí!
¡Nos escapamos de la clausura! ¡Yupi!
─Ay
Dios. Dices yupi, así, de esa manera, y mira cómo estoy otra vez.
─Pues
lo hacemos.
─Eso
digo yo.
─No,
que de aquí a Madrid…
─¡Y
de Madrid al Cielo!
─Que
venga, vamos, ven.
─A
ver, di yupi de nuevo…
─¡Yupi!
¡Más que yupi! ¡Requeteyupi!
Eduardo Fraile
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