─¿Tú
crees que nuestro amor será recordado más allá de nosotros, o de los que nos
hayan conocido?
─Sí,
estoy segura. Más adelante escribirás un libro sobre mí. Ese libro te hará
rico. Te hará famoso.
─No
quiero ser rico ni famoso ni nada. Parece que todo eso sea a condición de que
tú ya no estés allí.
Tonto,
que no. Yo tampoco quiero que eso pase si para ello tengo que perderte.
─Ay
Dios. Para ser inmortal hay que morir.
─Somos
mortales. Los dioses nos envidian por ello.
─Y
a nosotros nos seduce la eternidad, la perdurabilidad de lo efímero que somos y
de lo que hacemos.
─Los
artistas entendéis bien esa aspiración, esa pulsión que hay en los humanos.
─Y
las mises como tú. Tu belleza es lo más parecido al Paraíso.
─Y
mi belleza se marchitará y tú ya no querrás estar en mi jardín, comiéndome las
manzanas.
─Tonta.
Tú serás bella siempre. El tiempo y el espacio no podrán hacerte nada.
─Ahí
está. El tiempo y el espacio me destruirán, pero lo que seré en tu libro
perdurará más allá de nosotros.
─O
sea que tengo que escribirte, o sea que me enamoraré del personaje de ficción
como lo he hecho con la chica real…
─Algo
así. Pero yo quiero que me sigas amando en la realidad y en la ficción, hasta
el final.
─Hasta
el infinito y más allá.
─¡Hasta
la Luna y vuelta!
Eduardo Fraile
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