Mi amor,
estabas
aquí, en mi misma ciudad, cerca y lejos, cada uno a un lado de la vía. Cada uno
a un lado de la raya de tiza. Y yo cruzaba cada tarde al otro lado de La Luna.
Y allí estabas tú, haciendo como que me esperabas. Escribiendo en tu cuaderno
los regresos de Ulises a su isla añorada. Escribiendo poemas de amor a una
chica que no conocías todavía, pero que iba a venir una tarde, iba a empujar la
puerta verde y a hacer añicos todas las precauciones y todos los miramientos.
Directa y mortal. Mortal y rubia con coleta. Mortal, morada y desnuda para ti.
Sin anunciarse. Sin pedirte permiso. Con un vaso en la mano lleno de rocío y
diamantes. A que supero la ficción. A que supero a tu imaginación. A que me he
encaramado a la altura justa de tu increíble deseo…
Mi amor,
te
escribo estas palabras en el mismo sitio donde estabas la tarde en que nos
vimos por primera vez. He venido a esperarte, a ver cómo llegas, cómo no te
retrasas, cómo te adelantas incluso, por si acaso me adelanto yo y para no
hacerme esperar. Educado, delicado, lleno de estupor por que yo te haya
elegido. Hoy la escritora soy yo. La gente me mira (seguro que me observan
pensando lo peor de ti). Cuando llegues a abras esa puerta estarás entrando
directamente dentro de mi corazón.
Eduardo Fraile
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