Mi señor, tus pies: ¡Me los como!
Qué hermosos son, como de un Cristo yacente de los del Museo de nuestra ciudad.
Uno de Gregorio Fernández o de Juan de Juni. No me extraña que María Magdalena
(también de las que hay en el Museo de Escultura) los lavase con sus lágrimas y
los secase con su pelo. Entiendo a esa mujer. De mujer enamorada a mujer
enamorada. Tus pies son míos: Quiero ser el camino que pisas. Te daré un masaje
con mis senos (o me daré un masaje yo con tus traviesos y deliciosísimos pies).
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Te corto las uñas de los pies. ¡Son
de exposición! Así estás todo guapo, mi señor. Para que pises a tu sierva como
si cayera una lluvia de pétalos sobre mi corazón.
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Amado mío. Quizá recordaremos este
momento. Quizá lo revivamos, lo resucitemos en el futuro. Quizá volveremos a
estar juntos cuando ya no pudiera ser posible, y así venceremos al tiempo o a
la distancia… o al mismísimo Amor.
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Pero quiero ser yo las flores, los
pétalos, quiero ser una alfombra de colores para que tus pies se refresquen.
Que tus pasos sobre mí hagan brotar los más dulces aromas: tomillo, lavanda,
romero, salvia, menta, té. Que no te canses nunca de andarme, de recorrerme,
que no me dejes nunca por ningún otro camino.
Eduardo Fraile
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