Llegamos
a esta casa hacia el final del verano
del
67. Yo tenía 6 años
entonces,
y esa primera noche
no
dormí. A la angustia infantil de la vuelta al colegio
se
sumaba el cambio de ciudad (Madrid
por
Valladolid, que paradójicamente
me
parecía más grande, más ruidosa
y
más sucia: el Caos ) y la casa
nueva,
aún no terminada del todo, con las escaleras
de
ladrillo de obra, y por doquier
las
herramientas de los albañiles…
Faltaba
por colocar el ascensor (la mudanza
se
hizo con poleas, por el balcón), los cristales
tachados
con aspas blancas, como molinos de viento,
que
mi madre tendría que limpiar la mañana siguiente…
Crecimos
todos aquí, fuimos creciendo
en
este piso de la calle Industrias, 15
(que
entonces era 25-27), esquina con Bailarín
Vicente
Escudero, como atestiguan unas marcas de lápiz
casi
borradas ya por la mano del futuro…
Y
en otros pisos, niños como nosotros
crecían
a su vez, iban a los colegios,
y
en el patio interior siempre había un guirigay
de
voces, de aparatos de radio y de televisores
y,
a veces, el sonido purísimo
de
una flauta. Los ejercicios de música,
las
flautas dulces de madera o de plástico
que
nos compraban nuestras madres. El solfeo,
los
cuadernos pautados, las veces que repetiríamos
aquellas
melodías. Nos hicimos mayores,
nos
fuimos. Yo volví. Los pisos se vendían
o
se alquilaban a parejas muy jóvenes
cuyos
hijos iniciaban la escolaridad…
Y
de pronto una flauta
rompía
ahora el silencio de las tardes
(un
silencio cada vez más incomprensible)
con
su pureza, con su sencillez
delicadísima.
Y cambiaban
las
melodías, pero siempre una flauta
surgía
como una brizna verde (una brizna de oro
verde)
cualquier tarde de la primavera…
Eduardo Fraile
"...marcas de lápiz casi borradas ya por la mano del futuro...". Qué grande eres, E. F. V.
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