sábado, 24 de marzo de 2018

Suena una flauta


Llegamos a esta casa hacia el final del verano
del 67. Yo tenía 6 años
entonces, y esa primera noche
no dormí. A la angustia infantil de la vuelta al colegio
se sumaba el cambio de ciudad (Madrid
por Valladolid, que paradójicamente
me parecía más grande, más ruidosa
y más sucia: el Caos ) y la casa
nueva, aún no terminada del todo, con las escaleras
de ladrillo de obra, y por doquier
las herramientas de los albañiles…
Faltaba por colocar el ascensor (la mudanza
se hizo con poleas, por el balcón), los cristales
tachados con aspas blancas, como molinos de viento,
que mi madre tendría que limpiar la mañana siguiente…
Crecimos todos aquí, fuimos creciendo
en este piso de la calle Industrias, 15
(que entonces era 25-27), esquina con Bailarín
Vicente Escudero, como atestiguan unas marcas de lápiz
casi borradas ya por la mano del futuro…
Y en otros pisos, niños como nosotros
crecían a su vez, iban a los colegios,
y en el patio interior siempre había un guirigay
de voces, de aparatos de radio y de televisores
y, a veces, el sonido purísimo
de una flauta. Los ejercicios de música,
las flautas dulces de madera o de plástico
que nos compraban nuestras madres. El solfeo,
los cuadernos pautados, las veces que repetiríamos
aquellas melodías. Nos hicimos mayores,
nos fuimos. Yo volví. Los pisos se vendían
o se alquilaban a parejas muy jóvenes
cuyos hijos iniciaban la escolaridad…
Y de pronto una flauta
rompía ahora el silencio de las tardes
(un silencio cada vez más incomprensible)
con su pureza, con su sencillez
delicadísima. Y cambiaban
las melodías, pero siempre una flauta
surgía como una brizna verde (una brizna de oro
verde) cualquier tarde de la primavera…

Eduardo Fraile

1 comentario:

  1. "...marcas de lápiz casi borradas ya por la mano del futuro...". Qué grande eres, E. F. V.

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