Aquel Paraíso que nos fuese vedado (porque seguramente
era la casa donde vivía nuestro amor), andando el tiempo quizá acabe
convirtiéndose en nuestra propia residencia. Y quizá la habitaremos con ella, y
daremos largos paseos por la comarca (e incluso pescaremos truchas en la
Vivonne, o como se llame el río que atraviesa nuestra memoria), ya sosegada
aquella angustia del enamoramiento, ya bendecidos y absueltos por el deseo, que
no se acaba sino con la vida.
Y recordaremos juntos todo aquello que nos pasó por
separado, porque el azar (par hasard Balthazar) así lo quiso, o el
destino, o nuestra propia torpeza de adolescentes… Y ella dirá: «Si tú me
hubieras dicho entonces esto, o esto otro…», pero reiremos sabiendo que las
cosas son como tienen que ser, y si yo la hubiese dicho aquello otro, o lo de
más allá, quizá no hubiéramos dado ese largo rodeo que nos llevaba al
reencuentro y que de algún modo nos había mantenido secretamente unidos.
Y esperanzados, y puros. Y ardiendo sin consumirnos en la
hoguera de los amores imposibles. No mancillados por la cotidianeidad, por lo
real, por la usura del tacto de la vida…
Eduardo Fraile
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